«Un día, tú ya libre/ de la mentira de ellos, / me buscarás. Entonces/ qué ha de decir un muerto?” (Luis Cernuda).
Ya hay revuelo de nuevo tan pronto se sabe que el nuevo Equipo de Gobierno del Ayuntamiento de Oviedo está dispuesto a que se cumpla la llamada “Ley de memoria histórica”. Ya se dejan oír las voces que manifiestan que hay cosas más urgente y relevantes. Y, por otro lado, hay quien considera que se trata de caprichos del nuevo tripartito. Sin embargo, no se quiere caer en la cuenta de que nos enfrentamos a un asunto que no quedó resuelto tras aquella comisión que se creó al efecto en tiempos de Gabino de Lorenzo. Tanto es así que, siendo Caunedo Alcalde en funciones, una sentencia judicial obligó a quitar el medallón a Franco ubicado en la Plaza de España.
Vamos a ver, de entrada, no debería ser tan difícil de comprender algo tan básico como esto que sigue: los callejeros tienen como función primordial homenajear a aquellas personas que representaron lo mejor de la ciudad en cuestión, esto es, la excelencia. Y, desde luego, si convenimos en que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos, el hecho de que figuren en el mencionado callejero personas vinculadas a una dictadura supone una contradicción en toda regla. Imagino que a estas alturas nadie pondrá en duda que el franquismo fue una dictadura. Distinta cosa es que haya personas que destacaron en una determinada época histórica y que resulte indiscutible su presencia en el callejero.
Lo escribí hace poco en esta misma columna: personajes como Juan Antonio Cabezas, autor de una biografía de referencia sobre Clarín, además de un periodista y escritor de primera línea en el pasado siglo, merecen tener presencia en el callejero de Oviedo. Y eso no es resentimiento, ni afán revanchista de ningún “bando”. Aquí no hay bandos ni bandidos. Aquí, lo que tiene que haber es excelencia. Y el escritor que pongo como ejemplo es un caso muy claro al respecto.
Insisto: se trata, por un lado, de que el callejero de una ciudad no sea un largo listado de prebostes de una dictadura. Y, precisamente a resultas de la existencia de un régimen político antidemocrático, se puso en práctica una amnesia impuesta hacia aquellas figuras que representaron no sólo la excelencia en sus tareas públicas, fuesen literarias, artísticas o científicas, figuras que deben ser recuperadas en un régimen de libertades como el que teóricamente tenemos. Y hora va siendo ya de que tal cosa se normalice.
Por otra parte, se incurre en la contradicción de decir que determinados generales o personajes del franquismo están en la historia y, con ello, se justificaría su presencia en el callejero. Digo contradicción porque representan a un régimen que pretendió borrar una parte de nuestra historia.
Y, para finalizar, me permito el ejemplo que sigue: José Calvo-Sotelo tiene una calle en Oviedo. Nada que oponer a ello en tanto personaje histórico. ¿Pero alguien puede justificar que el Consistorio anterior le haya negado una calle a Manuel Azaña? ¿Acaso no forma parte también de la historia de nuestro país? Y, lo recuerdo una vez más, dicha negativa la dio Gabino de Lorenzo tras haber recibido la correspondiente solicitud del Ateneo Republicano de Asturias.
Eso: en lo tocante al callejero, apostemos por la excelencia y por criterios democráticos. ¿Acaso tales cosas pueden suponer un problema?