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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

Panorama vetustense: Llueve en Oviedo

“Bruscamente la tarde se ha aclarado/ porque ya cae la lluvia minuciosa. / Cae o cayó. La lluvia es una cosa/ que sin duda sucede en el pasado”. Borges.

 

Llueve en Oviedo. Se inundan las calles de una atmósfera agridulce, propia del otoño, que siempre que se anticipa lo hace con tristeza, sabedor quizás de que su presencia apena y provoca nostalgia. Llueve en Oviedo, y, en esta ciudad, no puede ser noticia todo aquello que no  vaya más allá de  “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”.  Porque tengo para mí que así recibimos el ruido y la furia de quienes arremeten – esta vez sí- a tres turnos contra el nuevo tripartido que intenta gobernar esta ciudad desde junio.

Y es que, más allá de las críticas puntuales y en muchos casos razonables, lo que se viene observando es lo mal que se lleva por parte de no pocos actores de la vida pública que no haya habido continuidad en el Gobierno de la capital. Y resulta llamativo que no parezcan percatarse de que el efecto de sus diatribas es el mismo que produce la lluvia ante todo y sobre todo, aburre, provoca desinterés.

Llueve en Oviedo, digo, y la impaciencia de quienes están deseosos de anunciar desastres y descontentos tras el cambio de rumbo político  en esta ciudad cae sobre la ciudad con la misma monotonía cansina que la lluvia. Claro está: no pueden darse cuenta de que se están diluyendo en la lluviosa atmósfera y que sus voces y sus ecos alcanzan la melodía cotidiana de las gotas de agua sobre las calles. Llueve en Oviedo. Hay un brillo en las calles a ras de suelo que contrasta con el plomizo tono que alcanza el cielo. Hay un ritmo de vida, previo al nuevo curso y a las fiestas mateínas, de espera, de paciencia, sin estridencias, de parálisis. Efecto sedante y sedoso cuando la niebla, liviana, cubre al Naranco como un velo.

Y, se diría, que en Oviedo nunca pasa nada, tal y como pensaba Melquíades Álvarez, según refirió Azorín dando cuenta de una visita que hizo a nuestra ciudad  a principios del siglo XX, visita en la que oficiaron de anfitriones  nada menos que el propio tribuno y  Pérez de Ayala. Vale la pena reproducir lo que consignó Azorín: «Los Álamos es un viejo paseo, dos largas filas de estos finos, esbeltos, sutiles árboles lo bordean. A un lado se extienden unos sombríos jardines. Seis, ocho, diez paseantes marchan lentamente, en silencio, uno de ellos avanza hacia nosotros.

-Querido Melquíades, ¿qué pasa en la ciudad?
-Nada, –dice sonriendo el gran orador que viene todos los días a esta alameda–.”

 

Lo dicho: llueve en Oviedo y llueve otoñalmente. Son vísperas de fiestas y de reanudaciones del día  a día durante la mayor parte del año. Y lo que se palpa en el ambiente es, sobre todo, que la lluvia diluye casi todas las voces y casi todos los ecos, volviendo inaudibles verborreas y gruñidos que a casi nadie sorprenden. Y lo que se espera es que escampe y que empiece el espectáculo, tanto de las fiestas de San Mateo como también el de ese día a día que durante el verano se fue de vacaciones.

Y tiene razón Borges: esta lluvia sucede en el pasado.

 

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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