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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

EL PROBLEMA CATALÁN IBA (Y VA) EN SERIO

«Yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar». (Ortega y Gasset).

Las imágenes de la manifestación del viernes en Barcelona, reivindicando la independencia de Cataluña, no dejan margen para la duda acerca de los clamores seccesionistas. Parafraseando un memorable verso de Gil de Biedma, lo de Cataluña iba (y va) en serio. Y no sólo es un problema irresoluble, como vaticinó Ortega en 1932, en su polémica con Azaña acerca del Estatuto que entonces se discutía para Cataluña, sino que además pone de manifiesto la inoperancia y mediocridad de nuestros políticos.

Seamos claros: resulta innegable que en la ciudadanía catalana es creciente su malestar. Seamos claros: si bien se puede argüir que ese malestar creciente obedece en no pequeña parte o bien a manipulaciones falaces, o bien a discursos muy discutibles por parte de los partidos independentistas, no es menos cierto que a los partidos políticos no independentistas nada ni nadie puede impedirles que se dirijan a la sociedad catalana con un discurso mínimamente persuasivo a la hora de intentar convencer de que a Cataluña le conviene estar dentro de España.

Es obvio que si llegase el momento en el que la voluntad de la mayoría de los catalanes fuese la independencia, ello supondría un mazazo muy fuerte para este país y significaría algo tan grave como lo que sigue: el fracaso de España como nación. El fracaso de una España que no llegó a construir eso que el propio Ortega llamó, siguiendo las teorías de Renan a la hora de definir una nación, «un sugestivo proyecto de vida en común».

Seamos claros: no es que los independentistas estén cargados de razón frente a quienes no están a favor de la ruptura entre España y Cataluña; antes bien, existen argumentos que oponer a su discurso, que tiene no poco de huida hacia adelante y demagogia. Lo que sucede es que, frente al independentismo, debería esgrimirse un proyecto de una España que tuviese un marco en el que la ciudadanía catalana pudiese sentirse cómoda. Y ese discurso brilla por su ausencia.

Aquí, no sólo nos encontramos ante un problema histórico de una España que no supo ni quiso integrar a Cataluña tal como es en su seno, entre otras cosas, haciendo suya su lengua y literatura, a las que siempre se ignoró. Aquella España que pretendía integrar la cultura catalana fracasó estrepitosamente, y de ese fracaso deviene en no pequeña parte el llamado problema catalán. Y, situándonos mucho más cerca en el tiempo, en la época de Zapatero, cuando se articuló el nuevo

Estatuto, se cometió el imperdonable error de no haber reformado primero la Constitución para que el referido Estatuto tuviese un encaje legal que evitase el bochorno y la indignación de haber aprobado en un referéndum un Estatuto que sufrió el rechazo del TC. El cuadro y el marco no encajaban, y eso se tendría que haber previsto.

Añadamos a ello el asunto de la financiación que, sin entrar ahora en su análisis, no resulta sostenible que a Cataluña, o a cualquier otra Comunidad Autónoma, se le niegue algo que se concedió a otras Autonomías.

Y, con ambas cosas, sumadas al problema histórico ya nombrado, llegamos al actual estado de la cuestión, del que es muy responsable Rajoy al haber hecho de don Tancredo en estos últimos años, sin haberse tomado ni tan siquiera la molestia de dirigirse a la ciudadanía catalana con algo más que perogrulladas que insultan a la inteligencia.

Repito algo que escribí en otras ocasiones: Me duele Cataluña. Me duele sobremanera el desencuentro que siente la ciudadanía de un territorio que forma parte importantísima de nuestra educación sentimental con sus editoriales de referencia, con sus literatos que marcaron nuestra vida, con su épica y su lírica. Me duele que ese malestar que se siente en Cataluña pueda solapar no sólo su universalismo, sino también su presencia en esa España que no es intolerante y que luchó siempre por la integración, esa España que – insisto- salió derrotada tantas y tantas veces.

Toca reinventar una vez más este país, al menos en lo que a su vertebración territorial se refiere, y la actitud de Rajoy es nefasta. Y el invento de Pedro Sánchez, que no va más allá de eslóganes facilones, está abocado al fracaso.

Hay que articular ya propuestas que vayan encaminadas al orteguiano “sugestivo proyecto de vida en común”. La voluntad y la confianza de un pueblo no se ganan con papel mojado, y, al menos, hay que ponérselo difícil al discurso independentista, ponérselo difícil con argumentos y propuestas, con –y vuelvo a Ortega- “pedagogía política”.

Es necesario que Cataluña pueda sentirse conocida y reconocida en España, es necesario que se vea ese esfuerzo y esa voluntad. En esto, acudo a estas palabras de Azaña: “La autonomía de Cataluña es consecuencia natural de uno de los grandes principios políticos en que se inspira la República, trasladado a la Constitución, o sea, el reconocimiento de la personalidad de los pueblos peninsulares”. Lo dicho: que se sienta conocida y reconocida. Y, de paso, a todo el mundo le convendría recordar que Azaña suscitó desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona  que miles de personas  diesen vivas a España y a aquella República que reconocía a Cataluña.

Señor Rajoy y señor Sánchez, hagan pedagogía política y combatan –o al menos inténtenlo- el discurso independentista con argumentos sólidos.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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