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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

QUE NADIE CANTE VICTORIA

«Siento un desánimo como el que puede sentir una pieza de ajedrez cuando el contrincante dice de ella: esa pieza no se puede mover» (Kierkegaard).

Que nadie cante victoria por los resultados de las elecciones catalanas. En primer término, el señor Mas, que no encabezó la lista, que enmascaró sus fracasos como gobernante bajo un independentismo sobrevenido, que, en fin, acaba de obtener, junto a ERC, menos escaños que en 2012. En segundo término, tampoco deben cantar victoria los partidos de ámbito estatal que, en su conjunto, cosechan menos escaños que sus adversarios independentistas. ¿Qué España ofrecían las formaciones estatales, juntos y por separado, a la sociedad catalana para que pudiera sentirse cómoda formando parte de ella? Ni vencieron, ni convencieron. Y, por otra parte, tampoco debería servirles de consuelo la bajada de las formaciones de Mas y Junqueras, toda vez que la CUP, también manifiestamente independentista, mejoró con claridad sus resultados anteriores.

Hay dos grandes derrotados en estas elecciones. En primer término, Rajoy, y no sólo por la pérdida enorme de escaños con respecto a 2012, sino también, y sobre todo, por haber logrado un crecimiento importante del independentismo con su inveterada tendencia a no hacerse eco de la realidad, a evadirse de cuanto sucede y a soltar perogrulladas antológicas.

El otro gran derrotado, por razones muy distintas, es el señor Mas. Y es que, en toda su deriva independentista, le faltó algo muy importante que no acierto a entender que no haya sido observado por los analistas más sesudos y por los tertulianos más conspicuos de este país. Le faltó épica. Hablamos de un gobernante que no afrontó los problemas de la sociedad a la que representaba, que se limitó a poner en marcha los mecanismos para la independencia ausentándose del día a día no menos que su oponente Rajoy. Sin épica, no hay heroísmo, no hay admiración, no hay asombro. Sólo supo afirmarse firmando decretos con pose histórica y depositando en hornacinas de ocasión la pluma de marras. Y, al final, si la CUP no le da su apoyo, su hoja de ruta corre el riesgo de formar parte de lo que pudo haber sido y no fue.

Y, aparte de esto, creo que la opinión publicada exagera tanto a la hora de proclamar a los cuatro vientos el meteórico ascenso de Ciudadanos, como en lo que se refiere a vaticinar tenebrosos horizontes para Podemos. En cuanto al partido liderado por el señor Rivera, es incuestionable que se consolida en la sociedad catalana y que también tiene mucho que decir en la política española en su conjunto. Dicho esto, sigue a una abismal distancia de los partidos nacionalistas y está muy lejos de alcanzar el techo que en su momento tenía el PSC. Y, en lo que se refiere a Podemos, me parece muy precipitado extrapolar los resultados de las elecciones catalanas a los que pueda obtener en las generales. Digamos que su discurso estaba en tierra de casi nadie, ni en el independentismo ni tampoco en todo lo contrario. Y, por otro lado, había otras candidaturas inequívocamente de izquierdas con las que tuvo que competir. Lo dicho, tanta precipitación a la hora de anunciar catástrofes para el partido de Pablo Iglesias puede ser en muchos casos más un deseo que un análisis casuístico.

Pero, por encima de valoraciones de urgencia, de sesgos que insultan a la inteligencia y de perogrulladas afrentosas, hay algo muy serio y hasta dramático en todo esto, y es el fracaso de España como nación en el momento mismo en que en un territorio como Cataluña existe un sentimiento de rechazo y hartazgo cada vez más crecientes y que roza la mayoría absoluta, también en número de votos. Para que ese fracaso no llegue a consumarse, lo que le toca a España es reconstruirse y reinventarse, a no ser que los grandes partidos se sigan resignando a vivir en una situación límite como la presente.

Tratándose, sin duda, de un problema que tiene un largo recorrido histórico, en el que Cataluña no se sintió ni conocida ni reconocida por el resto de España, lo que vino sucediendo en los últimos años no hizo más que agrandar y agravar el problema. En todo este proceso de desencuentros, todo el mundo fue colaborador necesario.

Pero, sea como sea, toca reconstruir el Estado, también en lo que a su vertebración territorial se refiere. Toca diálogo. Y tocan relevos, empezando por el PP. Porque hay que ser claros: esa diferencia exangüe y exigua de votantes que no están por la independencia no garantiza el modo alguno que se mantenga en el tiempo, si el inmovilismo continúa. Y ese diálogo y esos proyectos encima de la mesa no deben tener como destinatarios únicos a los partidos catalanes, sino también a la ciudadanía de ese territorio.

Toca altura de miras, toca enarbolar discursos mínimamente ilusionantes. En caso contrario, sólo cabe resignarse al fracaso de un país que no supo forjar un proyecto que convenciese a sus ciudadanos.

Toca, una vez más, lo que Ortega anunció en su memorable artículo de 1930: reconstruir España, reconstruir el Estado.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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