“La primera lágrima de Adán puso la Historia en movimiento”. (Cioran).
“La evolución anormal de Rusia y de España les ha llevado, pues, a interrogarse sobre su propio destino”. (Cioran).
No olvidaré jamás el estremecimiento que me produjeron las palabras que Madame de Staël escribió sobre Rusia en un libro donde daba cuenta de su peregrinaje por Alemania, huyendo de Napoleón, libro que, por cierto, tradujo Azaña. (Entre paréntesis: en este país hubo estadistas de talla que tradujeron obras de varios idiomas, y un ejemplo claro de ello es el político e intelectual republicano de cuya muerte se cumplirán 75 años el 3 de noviembre). Nunca olvidaré, asimismo, un breve, pero luminoso texto de Turgueniev donde compara a don Quijote y a Hamlet. Nunca olvidaré, en fin, los lúcidos paralelismos que Cioran estableció entre Rusia y España. Y es que, como mínimo, resulta llamativo que dos países tan alejados geográficamente compartan tanto en su intrahistoria, que diría Unamuno.
Por eso, al tener noticia de la concesión de Premio Nobel de literatura a Svetlana Alexiévich, pensé no sólo en ese paralelismo entre Rusia y España, sino también en lo mucho que aporta su obra en algo que podríamos considerar literatura del sufrimiento, literatura del fracaso colectivo.
Y es que, cuando a Svetlana Alexiévich habla de las tragedias y sufrimientos de todo lo que rodeó al mundo soviético, más allá de topicazos de ocasión, lo que pone ante nosotros es uno de los mayores desafíos intelectuales de nuestro tiempo, a saber: ¿cómo es posible que tras varias décadas bajo un régimen político teóricamente marxista, apenas haya quedado entre las gentes ni siquiera el más mínimo poso de una moral que busca la justicia y la igualdad? ¿Cómo es posible que, tras la caída del llamado ‘socialismo real’ se haya retrocedido en el tiempo hasta la resurrección de los nacionalismos más extremos? Y conste que, al preguntarnos esto, en modo alguno estamos añorando un sistema totalitario que se caracterizó por el horror y la represión y que buscó el silencio, cuando no el exterminio, de cualquier asomo de disidencia. Muy distinta cosa es que, ni siquiera la teoría marxista haya dejado huella en el sentir colectivo de los países que estuvieron bajo la órbita soviética y de la misma Rusia.
En este sentido, no podemos negar que el fracaso del llamado socialismo real ha sido absoluto, no sólo mientras se tuvo el poder, sino también después de haberse desmoronado todo su montaje.
Por eso, los libros de a Svetlana Alexiévich, al margen de los méritos literarios que atesoran, que no son pocos, resultan de obligada lectura para entender una de las grandes tragedias del mundo contemporáneo, entendimiento que debe intentarse sin anteojeras ni apriorismos que no van más allá de las consignas.
Literatura del sufrimiento, muy ligada, además, al periodismo, a ese género tan difícil que, a veces, convierte la actualidad en obra de arte, esto es, en literatura. Y tengo para mí, además, que esta literatura del sufrimiento de Svetlana Alexiévich tendrá una excelente acogida entre nosotros, entre otras cosas, a resultas de esos paralelismos tan ciertos como inquietantes entre ambos países.
¿Qué queda de lo que era la Unión Soviética? ¿Qué representa Vladimir Putin haciendo de gendarme mundial tras la caída del régimen del socialismo real? ¿Qué enseñanzas y clarividencias nos puede aportar esa literatura del sufrimiento, lejana en lo geográfico, pero tan próxima en lo existencial?
Desde luego, aquellas oraciones que se rezaban en muchos hogares de la católica España en pro de la salvación de Rusia no encontraron el eco divino deseado ni antes ni ahora.