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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

Sobre el discurso del Rey

“Que nadie construya muros con los sentimientos”, toda una declaración de principios y de intenciones, contundente y clara, mensaje inequívoco también en cuanto al destinatario, por parte del Jefe del Estado. Eso es, muros, hablemos de muros, de aquéllos tan desmoronados a los que en su momento se refirió Quevedo en uno de sus muchos poemas memorables. Pero, en este caso, no se trata del aspecto que los susodichos muros puedan presentar, sino de aquellos que parecen erigirse en un territorio cuya población va manifestando de manera creciente su incomodidad y desapego. Y es que el problema no radica sólo en  los discursos que ambicionan la secesión, sino también –y sobre todo- en que calan en la sociedad con éxito. Acaso no sería inadecuado pensar que no se trata tanto de ocuparse de la fiebre, sino de aquello que la provoca.

“Muros con los sentimientos”, en efecto. Va en el guion que un Jefe de Estado no pueda ver con buenos ojos que el territorio  que está a su cargo se desvertebre y se rompa. Lo que toca preguntarse es si resulta suficiente la confrontación dialéctica contra sus predicadores, o si hay que ir más allá planteando un discurso convincente que frene y derrote lo que se pretende combatir.

El discurso regio en el Campoamor fue más allá de los lugares comunes esperables propios de una situación complacida y complaciente. Tuvo que ir más allá haciéndose eco de la alarma que supone que el actual modelo político está haciendo aguas en muchos ámbitos, entre ellos, el territorial.

Y no deja de ser llamativo que tales planteamientos se hayan hecho en nuestra tierra, en un momento en que en las calles había presencia de gentes monárquicas y republicanas, de dos Españas, de dos Oviedos. Y es que, semántica y simbólicamente, los muros dan mucho de sí. Y es que estamos hablando de un Oviedo que, en lo oficial, ya no es tan cortesano como en años anteriores. Y es que estamos hablando de una España que vive vísperas de grandes cambios, que tendrán que ser abordados tras la Legislatura que vendrá después de las elecciones navideñas. Cambios que el tiempo dirá si serán o no lampedusianos, pero que llegarán porque tendrán que llegar.

Lo que tenemos ante nosotros no sólo son los muros que, en efecto, se están intentando construir, sino también los de la ruina, los de la decadencia, los de una crisis en todos los órdenes que está sacando a este país de un letargo de décadas. Y también están aquellos otros que separan lo real de lo oficial, que vinieron provocando una distancia cada vez mayor entre los supuestos representantes políticos y los teóricos representados. Lo que tenemos ante nosotros es también la muralla de la que habló Guillén en un magistral  poema, la que hay que cerrar o abrir según quién llame desde el otro lado.

Muros, todos los muros, desde Quevedo a Pink Floyd pasando por Guillén. Muros, todos los muros, incluso el que no se les cayó a quienes estuvieron ciegos ante el totalitarismo que se sufrió en aquel “socialismo realmente existente”. Muros, todos los muros, no sólo el que se está erigiendo, sino también el que tiene enfrente tan a punto de derruirse como el descrito por Quevedo. Muros, todos los muros, también el que se construyó para parar la memoria, para  preservar la amnesia contra lo que significó la mejor España, también la mejor Asturias.

Los muros son, en efecto, sobre todo emocionales, constituyen toda una metáfora del repertorio sentimental colectivo e individual. Los muros que cercamos y que nos cercan. Los muros, siempre los muros.

Si el pasado año, el Rey citó a un republicano incómodo para todos incluso para los que se sentían sus secuaces, esto es, a Unamuno, en este último discurso se hizo eco de un problema de vertebración territorial que cada vez acucia más. Y lo cierto es que hablamos de un aquí y un ahora donde lo conflictivo es protagonista, donde reconducir es tan urgente como dificultoso, donde piden paso problemas que nunca se resolvieron y que ahora apremian, donde, como dejó escrito Azaña, toca una vez reinventar el fuego, esto es, reinventar España. Y, quiérase o no, guste o no, en tal tesitura todas las voces y todos los ecos tienen que dejarse oír, pues los clamores traspasan los muros. No hay barrera del sonido que los enmudezca.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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