Hice de la angustia mi casa y, desde esa mansión cenagosa, clamé». En efecto, toda una declaración de principios puramente existencialista. Carlos Bousoño, asturiano del occidente, poeta, profesor universitario, crítico y teórico de la literatura, un caso excepcional como poeta, si se tiene en cuenta que, a diferencia de sus compañeros de generación, no es fácil etiquetarlo como poeta social, salvo en algún texto muy concreto y aislado. Pero no es sólo una excepción como poeta, puesto que en todo momento compartió la crítica y la teoría literaria con la creación; he aquí una de las muchas e importantes coincidencias con Dámaso Alonso, con quien además compartió también la autoría de libros de referencia en lo que la crítica literaria se refiere.
Bien mirado, a poco que se conozca lo esencial de la estilística como crítica literaria, no es extraño que haya compartido la creación poética con el estudio y el análisis de la mejor poesía que se escribió en nuestro idioma. A este propósito, sabido es que la estilística considera que la creación literaria la completa de manera decisiva e ineludible el propio lector, el lector de calidad.
Hablamos de un crítico imprescindible. Hablamos de un teórico de referencia. Hablamos de un estudioso de la poesía que, además, se ocupó, con brillantez y éxito, de analizar la obra de muchos de nuestros grandes poetas contemporáneos, entre ellos, la de Claudio Rodríguez y la de Gimferrer. Y sus análisis de la poesía española más cercana llegaron a la llamada «poesía de la experiencia», donde tuvo el feliz hallazgo expresivo de poner de manifiesto la omnipresencia de lo que llamó, con admirable acierto, «el yo testaferro».
Hablamos también del mejor conocedor de una de las obras cumbres de la poesía del siglo XX español, la de Vicente Aleixandre, poeta que recibió el Nobel, poeta que, junto a Dámaso, protagonizó la renovación de la poesía española en un año tan duro como 1944.
Donde habita la angustia, digo. Si para Dámaso Alonso, Madrid era una ciudad en la que había un millón de cadáveres, el existencialismo tiene continua presencia en la inmensa mayoría de los poeta de Bousoño.
¿Cómo no admirar a uno de los críticos que mejor supo explicarnos una parte muy importante de la poesía más lograda que se escribió en el siglo XX? ¿Cómo no reparar en la elegancia de su prosa en todos sus textos de teoría y crítica literaria? ¿Cómo no reconocer su envidiable talento a la hora de captar y explicar lo más esencial de la obra de los poetas que estudió Bousoño?
Tengo para mí que, andando el tiempo, Bousoño será más reconocido por su obra crítica que por su creación como poeta, sin que ello signifique, ni mucho menos, que esta última sea desdeñable, sin que ello signifique tampoco que desde la crítica y teoría literarias no s epoda aportar menos a la poesía.
Y, por último, en cuanto su carácter asturiano, hay que decir también que, en medio de la angustia que puebla su obra poética y en medio del rigor y la precisión de su obra como crítico y teórico de la literatura, no siempre se ausenta la ironía, la retranca, la coña asturiana, ese tono del que habló Alarcos a la hora de analizar la obra de otro gran poeta asturiano, de Ángel González: «Quizás es el que mejor representa en la lírica lo que puede llamarse tono asturiano: una mezcla de humor irónico, de melancolía, de sobriedad expresiva, de natural profundidad y poco colorido». Esto también puede encontrarse, insisto, en la obra de Bousoño.
Carlos Bousoño, un gigante de la crítica, un poeta destacado. Asturias pierde a uno de los grandes referentes de las letras. Pero –perdón por el tópico– su obra está ahí para iluminar los tránsitos por nuestra mejor poesía y para conocer el sentir y el pensar de un existencialismo que, contra viento y marea, penetró en una España oficialmente cerril y cerrada a todo influjo externo.