Pasar, sin solución de continuidad, del problema catalán a los incendios que aterrorizaron Asturias, hablar a un tiempo como dirigente socialista de todas las españas y también como mandatario asturiano, dejar las concreciones para cuando toque. De esta guisa construyó Javier Fernández su alocución de fin de año. Y al final sucedió lo esperado: un discurso que fue de principio a fin vieja política.
Vieja política que quiso mostrarse con el envoltorio de la necesidad del diálogo. ¿Alguien la negó alguna vez en su discurso teórico? Vieja política que no dejó en el perchero el maniqueísmo: hay partidos políticos que anteponen siempre el interés ciudadano, frente a otros que miran sólo por sus intereses inmediatos. Ya se sabe a qué partido pertenece don Javier, al de los buenos, al de los abnegados, frente a aquellos otros que no le apoyan, egoístas y sin altura de miras.
Sacó pecho mostrándose orgulloso ante la defensa que viene haciendo desde que gobierna de las personas que más sufren la crisis. Orgullo que mostró también a la hora de referirse a nuestros servicios públicos, como la sanidad y la enseñanza, servicios públicos a los que se aplicó dócilmente la tijera cuando el Gobierno de Rajoy lo exigió.
Vieja política al haber entrado en el debate que hay en su partido. No sólo habló como presidente de Asturias, sino también como ‘barón’ socialista, parece que en plena sintonía con la lideresa andaluza que, en su momento, no apostó mucho por don Javier.
Confieso que me dejó de piedra cuando se refirió a «nuestro paraíso natural». Paraíso natural con empresas que son sancionadas por la Confederación Hidrográfica y que a su consejera doña Belén Fernández no parece preocuparle demasiado. Paraíso natural que viene padeciendo últimamente alertas contaminantes. Paraíso natural con políticas medioambientales que vienen teniendo no poca contestación, incluso judicial.
Por otro lado, se diría que las ascuas de los incendios recientes no le dejaron tiempo para referirse a la corrupción. Se diría que es un problema que se quedó atrás aunque muchos no acabamos de darnos cuenta.
Se diría también que sus hechuras de estadista le impiden ver cosas inquietantes que pasan en Asturias, como, por ejemplo, el futuro más inmediato de nuestra Caja de Ahorros, el futuro de esa entidad financiera en nuestro aquí y en nuestro ahora.
Lo dicho: un discurso que fue un picoteo de temas, sin unidad, sin cuerpo argumental sólido. Un discurso de un presidente de Asturias que dirige un Gobierno cuya representación parlamentaria no alcanza la tercera parte de los escaños. Un discurso de un presidente de Asturias que quiere mediar y terciar en el delicado momento que vive su partido, tanto en esta tierra como en el resto de España. Y, entre lo uno y lo otro, no consiguió un hilo discursivo coherente y sólido. Cabe barruntar, pues, que don Javier es, ante todo, un hombre de acción.
Y, por encima de todo, sobrevoló la percepción de que la vieja política resiste como puede.