Batacazo en las elecciones generales del 20-D, tras una campaña en la que no todos los medios jugaron limpio con esta coalición. Batacazo que lleva a IU, una vez más, a reinventarse de nuevo. La realidad –hay que decirlo claro- nunca fue justa con esta coalición, que se creó precisamente en un momento en el que el desencanto con el PSOE comenzaba a ser preocupante. Fue en aquellos tiempos del referéndum sobre la entrada en la OTAN, aquellos tiempos en los que Felipe González se estrenaba como todo un virtuoso en el marrullero arte de desdecirse.
Fue en aquellos tiempos, digo, en los que el PSOE traicionaba a su electorado, y en los que Gerardo Iglesias, como secretario general del PCE, sufría las embestidas, un día sí y otro también, de Santiago Carrillo, que consideraba que nuestro paisano le debía obediencia ciega.
Fíjense: entre un PSOE que ya empezaba a demostrar que la izquierda era sólo cosa de siglas, aunque las políticas fueran de derechas, y un PCE que, como partido centralizado y de férrea disciplina, se desmoronaba. Fíjense: Gerardo Iglesias intentó que volviesen a militar muchos de los desencantados, ofreciendo un partido abierto. Fíjense: Julio Anguita era uno de los principales bastiones del PCE, como regidor en Córdoba que revalidaba sus mandatos sin que sus rivales pudiesen hacerle sombra. Fíjense: nacía IU como algo muy distinto a un PSOE que cosechaba un desencanto frecuente y a un PCE que ya era historia. Era una izquierda abierta, participativa que hacía albergar esperanzas. Estaba ahí para ganarle terreno al PSOE, o, en todo caso, para tener un peso electoral suficiente que llevase al hegemónico Felipe González a hacer políticas de izquierdas.
El tiempo fue transcurriendo. Anguita, de una parte, era un político querido y respetado, pero el electorado español no le dio nunca la confianza necesaria para que aquella coalición tuviese un peso político importante en nuestro país. No era fácil enarbolar un discurso que, de una parte, hiciese ver todas las falacias discursivas del PSOE, y que, por otro lado, (eso era lo más difícil) que se trataba de una izquierda que nada tenía que ver con aquel totalitarismo de la órbita soviética que se desmoronó a partir de 1989. Una izquierda que nada tenía que ver con aquello y que garantizaba la plenitud en materia de derechos y libertades.
Por otro lado, muchos medios y opinantes convirtieron a Anguita en el muñeco de pimpampum tildándolo de iluminado y soberbio. Mientras, la teoría de don Julio de las dos orillas, así como el “programa, programa, programa” no lograron desbancar al PSOE por la izquierda.
Llegó el momento en que la salud del líder andaluz se quebró, dejó la política activa, y, a partir de ahí, los vaivenes y los bandazos fueron continuos.
Frutos, Llamazares, Cayo Lara y Alberto Garzón. Muchos líderes tuvo esta coalición desde entonces. Y, a estas alturas, sería de esperar que hayan aprendido una importante lección: que no se va a ningún sitio enarbolando un discurso antisistema, contra el bipartidismo, republicano, etc., para acabar convirtiéndose, a la hora de la verdad, en una muleta del PSOE, con el pretexto de evitar, así, que gobierne la derecha en ayuntamientos y autonomías. Consiguen con ello que gobierne la izquierda de siglas con políticas de derechas y un descrédito creciente.
Y en esto llegó Podemos, es decir, la formación morada, con un discurso que combatió los privilegios de la llamada clase política, canalizó el descontento social de una parte creciente del electorado que no confía ni en el bipartidismo, ni tampoco en IU como una suerte de marca blanca del PSOE.
Por tanto, a día de hoy, no es ya que IU no pueda desbancar al PSOE, es que al otro lado tiene a Podemos, que, de momento, no se presta a ser un bastón del PSOE. De ahí, en no pequeña parte, sus malos resultados electorales. De ahí que IU tenga que reinventarse y repensarse, con o sin coaliciones.
Y, por cierto, entre los reclamos de IU está desde hace años el republicanismo, que personalmente asumo de principio a fin. A este respecto, también deberían aclarar y aclararse: la bandera tricolor, el republicanismo español son una cosa, mientras que la hoz y el martillo, simbolizan un discurso político muy distinto. Un comunista es republicano, se supone. Pero el republicanismo español, con su laicismo, federalismo y afán de modernización, no constituye un proyecto político prosoviético.
Conviene tenerlo claro.