Rompiendo tímidamente el marasmo generalizado tras las elecciones del 20 de diciembre, el Parlamento español se manifestó mayoritariamente a favor de paralizar la aplicación de la LOMCE. Esperemos que sea el primer paso para eliminarla, porque, en cualquier caso, aun en el supuesto de se llegue a otros comicios, no parece que el panorama vaya a cambiar sustancialmente y, por ello, la ley, que también lleva el nombre de uno de los ministros más nefastos que ha tenido este país en las últimas décadas, no podrá seguir adelante. Ahora bien, habría que preguntarse si los partidos políticos que la rechazan tienen madurado algún proyecto para un sistema educativo que este país necesita y que no sólo debe dejar atrás la LOMCE sino también vicios nocivos de las anteriores leyes educativas. Y es que del mismo modo que no parece muy claro que haya proyectos de país viables y mínimamente sustentados, cabe también albergar dudas acerca de lo que pueden tener ideado la mayoría de los partidos políticos acerca de cómo debe ser la enseñanza en nuestro país y cómo debe regularse.
Miren, no hay proyecto de país si no hay proyecto educativo y viceversa. Esto que digo, además e obvio, es de vital importancia.
Haber orillado el esfuerzo, haber convertido al profesorado en el muñeco de pimpampum, haber burocratizado la tarea docente, haber renunciado a la excelencia y, con ella, al conocimiento, además de ser todo ello nefasto, no deja de esconder un deseo de evitar en lo posible la existencia de una ciudadanía crítica.
La pregunta es si se ha tomado nota de todo esto y si de verdad se pretende evitar que prosiga un sistema educativo, nomenclaturas aparte, que abunde en estos defectos.
Bueno sería que la izquierda se repensase en casi todo, y, de forma clara, en lo que se refiere a qué tipo de enseñanza desea para este país, cuál es su apuesta en este sentido. Bueno sería que esa izquierda de siglas se cuestionase si es del caso continuar amparando el negocio de eso que se llama enseñanza concertada. Bueno sería que la izquierda de siglas se preguntase si los centros educativos deben ser algo más que enclaves donde se aparca al alumnado, que enclaves donde el aprendizaje no es lo esencial.
Miren, dejen las demagogias nocivas en el perchero, no estrangulen la ambición que se necesita para conseguir un país que dote a sus ciudadanos de una formación que les habilite y capacite, más allá de los conocimientos concretos, para la crítica.
La enseñanza no sólo es algo demasiado serio para estar en manos de políticos que piensan más en el voto que en la formación ciudadana. También lo es para estar en manos de burócratas que huyen de las aulas y se decantan por burocratizarlo todo con un neolenguaje que insulta a la inteligencia.
¿Queremos un país próspero y libre? ¿Podemos aspirar a ello renunciando al esfuerzo? ¿Podemos aceptar que se sigan poniendo parches y perseverando en los errores o, por el contrario, debemos exigir que se busque un pacto para mejorar lo que tenemos?