¿Qué cosas tiene la memoria! ¡Qué caprichosa es la mente a la hora de asociar algo que está sucediendo con episodios que podemos tener aletargados en los desvanes donde almacenamos recordatorios! ¡Cuánto desconcierto! ¡Cuánta hilaridad!
Verán ustedes: en la sesión de hoy, una testigo declaró que la señora Otero les cobró a ella y a otras cuatro amistades más los gastos de un viaje a Tenerife al señor Riopedre como regalo en el sententa cumpleaños del ex consejero. Sin embargo, esta persona dijo desconocer que el susodicho viaje lo había abonado una de las empresas implicadas en el caso que nos ocupa. Si esto fue así, ¿no es cierto que semejante lance podría hacernos recordar algunas de las hazañas del señor Millet? ¿No nos suena la historia que sigue: la de una boda de la que se pasó factura a los consuegros para que se hiciesen cargo de la parte que les correspondía, pero que además había sido pagada, presuntamente con dineros del Palau? ¿La realidad hecha vodevil o el vodevil hecho realidad?
Por eso, les confieso que, al tener noticia de semejantes historias, me vino a la mente el llamado Caso Palau, cuyo protagonista, más que de la realidad, parece haber salido de la obra literaria de Eduardo Mendoza. En efecto, el señor Millet tendría cabida en “La Ciudad de los prodigios”, memorable novela en la que la ironía alcanza cumbres difícilmente superables. Y, siguiendo con Eduardo Mendoza, su héroe detectivesco estaría encantado de haber escuchado gran parte del relato que se narró hoy en el caso que nos ocupa. Aquí, no hay aceitunas, pero sí que nos podemos topar con laberintos.
Así las cosas, parece confirmarse que a veces las dobles contabilidades son de una rentabilidad asombrosa. De ahí que les haya hablado en el párrafo anterior de los caprichos que en determinadas ocasiones tiene la mente cuando se dedica a vagar por los recuerdos sin los permisos y controles correspondientes. Y es que, por lo que parece, las facturas del viaje de marras, que tuvo lugar en diciembre de 2009, fueron encontradas durante la instrucción del caso en las oficinas de Almacenes Pumarín. ¡Madre mía, qué delirio!
Por tanto, siguiendo el hilo de semejante relato, pocas veces un viaje produjo satisfacciones a tantas gentes, no sólo a los obsequiados, sino también a todas aquellas personas que tuvieron la suerte de contribuir a tan placentero asueto para el homenajeado. ¡Qué maravilla! Pero la cosa no termina ahí, sino que además también se habló de la venta de un coche que apareció en la contabilidad de la empresa antes mencionada. ¡Cuánta versatilidad! A punto estuvo de llegarse a lo ubicuo en lo que a pagos se refiere. Aquí habría lugar para lo prodigioso también en versión llariega.
Por su lado, otro testigo, perteneciente a una empresa de mudanzas, habló de traslados de muchos enseres que, misteriosamente, no suelen formar parte del mobiliario de los centros docentes. ¡Qué cosas! Y es que, volviendo a lo literario, cuando se hablaba de los portes y de los lugares de destino que tenían, regresó a mi mente el héroe detectivesco de Mendoza, haciendo delirantes descripciones de sus hallazgos.
Y nos faltó don Arturo Verano, que estaba citado hoy, pero se pospuso su comparecencia. Don Arturo fue director general de recursos humanos de la Consejería de Educación. Ansioso estoy por conocer el testimonio de este ciudadano en cuyos trabajos y días antes de ocupar semejante cargo estuvo la actividad sindical, defendiendo los derechos del colectivo docente y afanándose y desvelándose por el bien de la enseñanza pública en Asturias.
Pero, a lo qué íbamos, lo de hoy parecía un capítulo, desubicado, del caso Palau.
¿O no?