Hay voces y ecos que manifiestan la conveniencia de que la campaña electoral sea menos ruidosa que las anteriores y que, además, se reduzcan los gastos. Sería todo un detalle, en efecto. En lo que se refiere a esto último, a los dineros públicos que se dilapidan y derrochan en las campañas electorales, hay un antecedente histórico que, una vez más, me atrevo a poner sobre la mesa. ¿Saben que el partido de Manuel Azaña cobraba entrada por acudir a los mítines para financiar los susodichos gastos? Pregúntese el lector, aunque su voto sea fiel e invariable, si estaría dispuesto a pagar una localidad por escuchar a los carismáticos líderes políticos de este momento. ¡Ay!
Y en lo que respecta a que la campaña que viene sea menos ruidosa, si tal objetivo se cumple, se agradecerá. En todo caso, lo que toca es que el ruido sea sin furia, sin la furia de la indignación, porque, aunque unos mucho más que otros, todos los grandes partidos tienen su parte de responsabilidad por el hecho de que se hayan tenido que adelantar las elecciones. Así las cosas, sería inoportuno y hasta obsceno que se dedicaran a sacar pecho durante la campaña, erigiéndose en la solución a los grandes problemas que tiene este país.
Seamos realistas y dejemos, por un momento, la palabrería más huera. ¿No es cierto acaso que las fórmulas para reducir el paro no son muchas? Y, si esto es así, ¿por qué no se intentó un acuerdo de gobierno transversal con una agenda muy concreta para buscar soluciones? Habrá quien me responda que tal cosa estuvo en el acuerdo entre los señores Sánchez y Rivera. Pues bien, siento disentir, porque hacían falta dos cosas: la agenda de los problemas más urgentes y, por otro lado, la aritmética del pacto que garantizase un gobierno. En cuanto a la primera, cabe albergar dudas. En cuanto a la segunda, está claro que falló estrepitosamente.
Miren, para mí está fuera de toda duda que en este país hay tres urgencias que apremian: afrontar la crisis económica, apostar decididamente por la regeneración política y buscar una solución a la vertebración territorial, o sea, al problema catalán. Y creo, además, que en estas tres urgencias cabe perfectamente aplicar la propiedad conmutativa. Y añado algo que considero esencial: hacer frente en serio a estos tres grandes problemas conlleva el emplazamiento en un nuevo periodo político que deje atrás las peores secuelas de las cuatro décadas de democracia otorgada que llevamos.
En este sentido, si de regeneración hablamos, la vieja política, especialmente el PP, no hizo los deberes y ni siquiera lo va a intentar. Por su parte, el PSOE, por mucho que el nuevo líder pertenezca a una generación distinta a la de los dirigentes que convirtieron este país en el patio de Monipodio, hay que decir que no está claro que se pueda librar de esa vieja guardia, y que, por otro lado, lo único que demostró hasta ahora don Pedro es voluntad de gobernar, pero sólo hasta cierto punto. Responsabilizar a Podemos de que Rajoy siga por negarse a apoyar el pacto entre PSOE y Ciudadanos es un argumento muy frágil. Vean: Ciudadanos hubiera dado el no a un gobierno entre el PSOE y Podemos. Por tanto, no se sostiene lanzar las culpas en una sola dirección.
No hagan ruido, no cuenten falacias, no derrochen dinero público. Tengan la humildad suficiente para reconocer su fracaso a la hora de negociar un gobierno. Y, por otra parte, tengan la honradez suficiente para decir al electorado su agenda de soluciones, dejando muy claro hasta dónde pueden llegar. Porque, tras el 26-J, el paro seguirá azotando, la crisis continuará empobreciendo a la población. Y habrá que ver quiénes ponen sobre la medidas para una regeneración política que, de un lado, reconozca el saqueo que vino sufriendo este país, y que, de otra parte, acabe de una vez con los privilegios de una mal llamada clase política cada vez más mediocre e incapaz.