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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

Recuerdos de Oviedo: Parada otoñal

“La historia es la ciencia de lo que acontece sólo una vez”. (Charles Seignobos).

¡Qué especiales y, al mismo tiempo, inquietantes se vuelven las cosas que suceden una sola vez! Por un lado, son indelebles. Por otra parte, nunca abandonan su carácter enigmático, es decir, resulta inevitable que nos preguntemos tan pronto las recordamos no sólo por qué aquello no  se repitió nunca, sino también qué hubiera pasado, cómo hubiera sido, en el caso de que hubiera vuelto a producirse la situación.
Lo que voy a contarles es algo que aconteció en mi infancia, cuando me faltaban pocos meses para cumplir los once años. Cursábamos primero de bachillerato. Era un lunes por la tarde poco después de la seis, a la salida del colegio. El mes de octubre tocaba a su fin. La temperatura era muy agradable, y el cielo, aunque poblado de nubes, no amenazaba con lluvia.
Pues bien, aquel lunes de octubre de 1967, poco después de las seis de la tarde, tres colegiales se sentaron en las escaleras que se encuentran bajo la enorme escultura que homenajea a don José Tartiere Lenegre. La conversación que mantuvimos nada tuvo que ver ni con el clima, ni tampoco con el personaje a cuyo nombre está erigido el monumento. La conversación fue un desahogo a tres bandas echando pestes contra un profesor colérico y desconsiderado que intentaba explicar su materia a golpe de insultos y enfados. Imposible no estar de acuerdo. Y, al mismo tiempo, todo un alivio comprobar que aquella percepción era compartida.
Lo extraño de aquella tarde no fue solo que aquella parada, al menos para mí, sería irrepetible, sino que además, rompiendo la rutina, ni jugamos al fútbol, ni compramos cromos, ni tampoco golosinas. Fuimos, vaya usted a saber por qué, directamente a aquellas escaleras que estaban bajo los pies de la figura escultórica del personaje al que hemos aludido. El balón permaneció como un objeto más, al lado de nuestros cartapaces. Parada única y, también, monográfico tema de charla.
Estaba muy lejos entonces de preguntarme quién era José Tartiere. Sólo había reparado en que era un señor de su época, de aquéllos que, en la foto de familia, posaban sentados, mientras que el resto de la prole, así como la abnegada esposa, comparecían de pie a su alrededor. O sea, un patriarca de la generación de mis abuelos.
Andando el tiempo, supe que don José Tartiere se había muerto en 1927, el mismo año que da nombre, creo que desafortunadamente, a una generación irrepetible no sólo en el campo de la poesía, el mismo año en el que se publicó un libro clave en la historia de la filosofía del siglo XX, “Ser y Tiempo”, de Heidegger. Libro que, como el autor, es oscuro. Autor que remite a una filosofía desgarradora y a una trayectoria con etapas peor que polémicas, de imposible justificación, por connivencias y convivencias con el horror.
Pero, volviendo al personaje que nos ocupa, mucho tardaría en saber que es la viva representación, entre otras cosas, de una Asturias que se puso en vanguardia en España, en la industria y en el comercio, de una Asturias que fundó la modernidad. Y de un Oviedo que se incorporaba también a los nuevos tiempos. Venía, como el ferrocarril minero, del País Vasco. Fundador y cofundador de empresas, bancos y cabeceras de prensa, padre del fundador del Real Oviedo. O sea, toda una referencia de primer orden en la Asturias contemporánea.
Y es que estamos hablando de alguien que nació cuatro años antes que Clarín, y que pertenece, por tanto, a su misma generación. Hablamos, insisto, de la Asturias que abría paso a la modernidad: mientras se desarrollaba nuestra industria, mientras el comercio iba a más, mientras se creaban bancos, mientras el ferrocarril nos ponía a la altura de los tiempos, Leopoldo Alas era el primer español en leer a Ibsen y era también el primer intelectual de nuestro país con suficiente altura de miras para acercarse al pensamiento de Nietzsche sin escandalizarse demasiado.
Aquella tarde de octubre de 1967, tres colegiales ponían en común su experiencia negativa ante los modos de un profesor, tres estudiantes que ignoraban por completo el significado de aquello que tenían más cerca, desde el personaje del que venimos hablando hasta el entorno más próximo. Tres escolares que eran aún niños de diez años.
Aquella tarde de octubre de 1967, cuarenta años después de la muerte de la persona homenajeada en aquella escultura, al menos uno de los comparecientes, en lo que se refiere a tomar asiento al pie del personaje, vivía una experiencia estadísticamente irrepetible.
Confieso que son muchas las ocasiones en las que, al pasar por delante del monumento escultórico creado por Víctor Hevia, recuerdo la tarde de la que les vengo hablando, y, sin tratarse de un episodio cuya evocación me lleve a grandes emociones o a agridulces nostalgias, lo provechoso de aquella historia, lo que muestra y enseña, que diría Esopo al final de alguna de sus fábulas, es que, sin embargo, hay algo que en la vida se repite tan infinita como inútilmente, y se trata del poder que ejerce sobre nosotros aquello que nos constriñe, que nos limita, que nos cierra y que nos encierra. Esto es, estábamos, como ya consigné, al aire libre, disfrutando de una temperatura agradable, no teníamos prisa, no había muchos deberes para el día siguiente, no nos apoderaba el cansancio y, sin embargo, nos seguía asfixiando el estilo de aquel profesor, su desagradable voz, su histerismo, sus malos modos. Y todo aquello que había sucedido por la mañana, horas después, nos seguía azotando y cercenando. ¡Qué cosas!
Me despedí de mis compañeros de clase tan pronto nos levantamos de allí. Ellos seguían por el Paseo de los Álamos, mientras que yo tomé el camino hacia mi casa en la plaza del Carbayón.
Y hubo una visión que, con el paso del tiempo, me parece tan hermosa como reveladora. Y es que, tan pronto descendimos de aquel monumento, al mirar hacia el Campo San Francisco, un pavo real desplegaba su cola, ajeno a cuanto sucedía.

Foto de Luis Arias Argüelles-Meres.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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