Vaya por delante que aborrezco los linchamientos y que me parece un espectáculo deplorable el que protagonizan contra Villa todos aquellos que en su momento lo halagaron de forma estomagante. Vaya por delante también que es de muy mal gusto el ensañamiento contra alguien que no está en las mejores condiciones de defenderse. Dicho todo ello, más allá de las dudas que provoque su estado de salud, lo que toca, una vez más, es preguntarse cómo es posible que el personaje que nos ocupa haya tenido tanto poder en nuestra tierra, gozando no sólo de la sumisión de los suyos, sino también del respeto y afecto de quienes podrían considerarse sobre el papel sus adversarios en lo político.
Más allá de lo que a estas alturas pueda o no recordar Villa, toca, sobre todo, plantearse acerca de la capacidad que tiene nuestra vida pública para dar respuesta a la omnipresencia y al poder que vino teniendo este personaje durante décadas en Asturias. ¿Cómo es posible que se hayan pasado por alto las sospechas que había sobre su pasado, que, cuando fueron publicadas, no tuvieron, hasta donde sé, querellas ni acciones legales como respuesta? ¿Cómo es posible, otrosí, que la práctica totalidad de la vida pública, incluidos los partidos conservadores, hayan considerado a Villa como una especie de salvador de las cuencas mineras? En el presente panorama, ¿se puede seguir sosteniendo esto? ¿Alguien osaría esgrimir en este momento que se administraron con una mínima eficacia los fondos mineros? ¿Podría sostenerse semejante planteamiento con la realidad presente?
A vueltas con la salud de Villa. ¿Y la nuestra? ¿Y nuestra memoria más reciente? ¿Cómo puede justificar el PSOE, como partido hegemónico de Asturias, el poder que tuvo Villa en esa formación política? ¿Cómo pueden digerir los sindicatos mineros, empezando por el suyo, que nadie le haya pedido cuentas a este señor acerca de su forma de proceder como dirigente de la organización obrera? ¿Qué pueden esgrimir Gabino de Lorenzo y Cascos para que resulte convincente su empatía con Villa durante largos años? ¿Qué pueden, por su lado, aducir los columnistas de ocasión y los ‘escribidores’ de discursos para no sonrojarse por su ceguera, o por su actitud de pesebre? No estamos hablando de excepciones, sino de todo lo contrario.
¿Estamos hablando de engaños, o estamos hablando de haber soslayado la realidad por parte de tantos y tantos directores, actores y guionistas de nuestra vida pública?
Hasta el momento mismo en que los informes médicos que se elaboren traigan o no como consecuencia que Villa comparezca en sede judicial a explicar su fortuna oculta, tendremos que seguir pensando en la amnesia interesada de quienes no quieren que se recuerde su servilismo y sumisión hacia un personaje que está muy lejos de representar a la mejor Asturias.
¿Qué cabe sacar en conclusión? ¿Que sólo miraban hacia otro lado los coros y danzas de la adulación, o que el adulador tampoco tenía ojos y oídos para otros comportamientos y actuaciones?