«Entiéndase bien: no todas las democracias son iguales. Pero precisamente la diversa relación entre la moral y la política debería servir también para distinguir las democracias buenas de las malas, las mejores de las peores» (Norberto Bobbio).
Don Arturo Verano, en su comparecencia de ayer, 20 de junio, adelantó la estación de su apellido, o casi. Y la anticipó, entre otras cosas, porque el día nos regaló un cielo azul y un sol propio del estío. Días de fin de curso en ese calendario escolar que, en lo que concierne a ejercer la docencia, le queda muy lejano a nuestro testigo. Días últimos de una campaña electoral septembrina, aunque sea en junio, que produce hastío.
Allí estaba don Arturo, en una de esas mañanas excepcionales de cielo azul en nuestra heroica ciudad. Y se le preguntó por el pago de un coche, que, según declaró, costeó el propio interesado, lo que, añadió, puede probar toda vez que obra en su poder el correspondiente justificante de pago. Sin embargo, se dice que el abono de esa compra figura también en la contabilidad de APSA. Otro prodigio más en el interminable relato del caso que nos ocupa.
Como era de esperar, en su declaración no lanzó don Arturo dardos hacia ninguna de las personas que se sientan en el banquillo. Escueto, lacónico y contundente. Tenía dinero en su casa, un dinero muy reciente a resultas de la venta de unos bienes en Galicia, y con el susodicho se compró el coche.
No era un coche barato, bien es verdad, pero resulta innegable que, tras tantos afanes y desvelos en pro de la enseñanza en Asturias, defendiendo también al colectivo que nunca salió de las aulas, don Arturo se merece un vehículo a la altura de su peso en nuestra vida pública y, más concretamente, en el oficio de la tiza, al que ayudó desde afuera, sin pisar las aulas durante mucho tiempo. Tarea admirable la suya.
Tampoco olvidemos que, por otro lado, don Arturo formó parte del grupo de personas que se hicieron cargo de abonar la cantidad que se determinó en su momento para que el señor Riopedre abandonase Villabona. Filantrópico y muy amigo de sus amigos el señor Verano.
Y, por otra parte, siguen los prodigios en los relatos de las comparecencias, pues hay un viaje a Cancún cuyo coste, vaya usted a saber por qué, figura en la contabilidad de la empresa Igrafo, aunque el propio interesado también aseguró que los susodichos gastos de tan placentero periplo corrieron a su cargo.
¡Cuántos prodigios a la hora de pagar coches y viajes! Estoy por asegurar que, si Eduardo Mendoza, recabase información sobre este caso lamentaría no haber llegado a tiempo para incluir algunos de ellos en su memorable y excelente novela ‘La Ciudad de los Prodigios’.