Esta campaña electoral pasará a la historias por sus grandes –y difícilmente explicables– ausencias. ¿Por qué no se habla de si se opta o no por la apertura de un periodo preconstituyente a partir del 26 de junio? ¿Por qué no se ponen sobre la mesa medidas que garanticen la igualdad de toda la ciudadanía en materia impositiva territorialmente hablando? ¿Por qué no se concretan propuestas que aborden asuntos apremiantes en lo que toca a la vertebración territorial? ¿Por qué no se plantean reformas de calado en la elección de los cargos de mayor relieve en las instituciones del Estado, de manera tal que nadie esté en deuda con el partido político de turno?
¿Y Europa? ¿Acaso no hay nada que decir sobre el papel de este país en la Unión? ¿Acaso no hay un modelo de Unión Europea por el que luchar? ¿O es que todo va bien, incluso en este momento en el que la ciudadanía inglesa está a punto de decidir si continúa o no?
¿Se quiere un Estado federal, más allá de enunciarlo, o se sigue apostando por el actual Estado autonómico? ¿Hasta cuándo va a seguir siendo casi un tabú proponer el debate entre monarquía y república? ¿Se puede entrar en escenario de nueva política sin reformar a fondo todo el entramado de la vieja política? ¿Dónde está el proyecto de país de cada formación política que concurre a las elecciones más allá de vaguedades y recetarios de ocasión?
Consignas, recetarios, topicazos, maniqueísmos, frases hechas, que encima se leen en muchos casos de forma torpe y atropellada.
Más allá de las encuestas, más allá del anecdotario de cada día, más allá de los debates que rara vez despiertan interés, hay que preguntarse si estamos asistiendo a una campaña que se muestre a la altura de las circunstancias, es decir, de unos cambios generacionales que ya están aquí, cambios y relevos.
Siempre es lo mismo: plantearse el poder como sustantivo o el poder como infinitivo. Sabemos que prevalece lo primero. Pero sabemos también que nada es más terco que la realidad. Y la realidad llama a la puerta anunciando y exigiendo cambios. No querer verlo, no querer oírlo no sólo resulta frustrante, sino que supone incurrir en una necedad inútil.