En el último –o penúltimo– acto de la liturgia del mayor caso de corrupción política hasta ahora juzgado en Asturias, como era de esperar, se cruzó el fuego (¿amigo?) entre las defensas de Riopedre y Otero. Según la abogada de doña María Jesús, su patrocinada no era Dios en la consejería. O sea, solo había un Dios padre, esto es, Riopedre. Además, las trapisondas de la política decidieron convertirla en «garbanzo negro», por no estar afiliada al partido hegemónico de esta bendita tierra. Aun así, actuase o no por libre, episodios que se apuntaron en este proceso, como la rehabilitación de la casa de un familiar de la señora Otero en Zaragoza, tienen difícil justificación.
Por su lado, la defensa del señor Riopedre insistió en la sobriedad del ex fraile, ex comunista ortodoxo y ex consejero. Sus mayores pecados fueron la imprudencia en alguna conversación telefónica y la debilidad enternecedora que sentía por su hijo. ¡Ay!
Si al principio del proceso, cuando doña María Jesús respondió a las preguntas de su defensa, se veía venir que la intención de esta ejemplar ciudadana era dejar muy claro que el mandamás en Educación era el consejero, y que, por tanto, no se le podían atribuir a ella las responsabilidades de las decisiones más importantes. Pero, andando el tiempo, esta tendencia a apuntar hacia arriba pareció diluirse. Pero ayer se volvió a la carga en las conclusiones de la defensa, que presenta a su patrocinada como una suerte de chivo expiatorio por manejos de otros. De todos modos, hay muchos interrogantes abiertos a este respecto, y no parece fácil admitir que muchas de las facturas que aparecieron fuesen falsedades urdidas contra la señora Otero.
En cuanto a las conclusiones que expuso el defensor del ex consejero Riopedre, lo cierto es que –perdón por la perogrullada– que la pasión por un hijo no lo puede justificar todo, menos aún si hablamos de dinero público. Y es que a estas alturas nadie pone en duda que en esa consejería imperaba el caos, caos que tenía un máximo responsable político. Y, por otra parte, todo lo que se apuntó, en el sentido de que hubo actuaciones que parecían estar encaminadas a favorecer a la empresa del hijo del entonces consejero, reviste una gravedad no pequeña.
¿Fuego amigo? Imagino que este final fue inevitable. No había muchos asideros a los que agarrarse. En todo caso, tengo para mí que se cruzó el mínimo posible e imprescindible.
Con todo ello, son muchos los interrogantes, y no menores los sonrojos y los bochornos.