
“La política debería ser realista. La política debería ser idealista: dos principios que son verdaderos, cuando se complementan. Falsos, cuando están separados”. (Bluntschli).
¿Nadie tiene a bien a preguntarse cómo es posible que estemos viviendo un momento en el que el parlamentarismo en particular está aún más devaluado que la política en general, y ya es decir? ¿Nadie tiene a bien plantearse que la transparencia que tanto jalean los partidos políticos puede empezar –y de hecho empieza- con los debates parlamentarios en los que debe discutirse, si de investidura hablamos, el proyecto de país? ¿Nadie quiere caer en la cuenta de que es tan importante convencer como vencer y que lo primero hay que intentarlo en la discusión parlamentaria que es, además de otras cosas, la escenificación de las distintas ideas y proyectos a la que puede asistir todo el país?
Si todos los líderes políticos, empezando por Rajoy, están tan convencidos de lo que este país necesita aquí y ahora, lo primero que debería hacer el candidato de turno, don Mariano, en este caso, sería proponer su plan de Gobierno, intentado no sólo ganar a la hora de conseguir los apoyos parlamentarios, sino también convencer al país entero.
Moraleja: A Rajoy no le interesa convencer, sólo quiere vencer. Pero, cuando no se cuenta con mayoría absoluta, lo segundo no se logra sin lo primero.
Moraleja: A Rajoy le puede la galbana. Le resulta muy fatigoso intentar convencer a nadie. Si por él fuera, se ahorraría el trámite del debate de investidura y se pondría directamente a gobernar. Lo malo es que -¡ay!- se supone que esto es una democracia, parlamentaria, además.
No se necesita ser especialmente avispados para percatarse de que, tanto la crisis que padecemos como también la fragmentación política que refleja el Parlamento obligan a intentar por todos los medios que se alcancen acuerdos de gobernabilidad. Tampoco se necesita una perspicacia extraordinaria para ser conscientes de que Rajoy no sabe cómo afrontar esa fragmentación política y esa necesidad de pactos. Con lo cual, el panorama que tenemos ante nosotros es el que sigue: resulta que el candidato más votado es el mayor problema que este país tiene para afrontar políticamente el momento presente. Apela a que le dejen gobernar por ser el partido más votado y por el encargo del Jefe del Estado. Pero de ahí no parece estar dispuesto a pasar a mayores: o sea, a pactar, o sea, a convencer. Quiere un “sí” incondicional. Eso es mucho pedir, don Mariano.
¿Democracia parlamentaria? ¿Podrá darse la circunstancia de que, ante este estado de cosas, los líderes de los partidos políticos que no son el PP intenten siquiera acometer la tarea de alcanzar un acuerdo de Gobierno sobre la base de un común denominador que sea, pero en serio, la regeneración política? ¿Ni siquiera se plantea nadie la posibilidad de un acuerdo entre el PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos, un acuerdo no necesariamente de Gobierno entre las tres formaciones políticas, pero sí para dejar gobernar, siempre que se pacten unos mínimos?
¿No estaría bien que la discusión política y el diálogo se ubicase en el Parlamento? ¿No es esto, en teoría, una democracia parlamentaria?
Por favor, intenten, al menos, convencer, convencernos.