“Una tumba vacía me dice mucho más que una vacía cuna” (Unamuno.)
Esos restos mortales del eterno poeta que se resisten a aparecer. Esa memoria que tantas y tantas añagazas encuentra para poder ser rescatada. Esa historia de una noche de agosto en la que se cometió el horrendo crimen que acabó con la vida de Federico, memorablemente contado y cantado por un Antonio Machado que dio muestras no sólo de un dolor infinito, sino también de una plasticidad portentosa. La palabra de don Antonio se convirtió en el acta poética de la infamia. El gran poeta del 98 desgarró versos que, juntos, fueron el Grito con mayúsculas de nuestra historia a los ojos de un poeta aterrado.
Cuando la muerte juega al escondite. Con todos los respetos, aquí lo esencial no es el prestigio de un investigador que se atribuye saberlo todo sobre Lorca, pero que no acaba de encontrar su sepultura. Aquí se trata de muy distinta cosa: de la búsqueda, un tanto desesperada, de ese rincón bajo tierra en cuyo interior se encuentran los huesos de un poeta y dramaturgo que es pura leyenda, que es puro duende. El país entero se desgañita, como su personaje, pidiendo mirar a la muerte cara a cara. Lo hará en el momento en que esa sepultura aparezca.
Aquella noche, maldita noche de agosto, en la que se asesinó a un poeta que representaba lo mejor de aquella España, lo mejor de aquella República a la que sólo le permitieron gatear, ni siquiera tuvo oportunidad de comenzar su andadura. Noche tenebrosa, anticipo acaso de la que Aute convirtió en su obra maestra, treinta y nueve años y un mes después. Sí, la noche más larga, sobrevolada por buitres.
Cuando la muerte juega al escondite: sonetos del amor oscuro, aurora neoyorquina con sus nardos de angustia dibujada, romancero gitano, romance sonámbulo. El poeta que se reclamaba amor y naturaleza, la herida del amor huido. Y- cómo no- el teatro: la terrorífica situación de la mujer en aquella España tenebrosa. Luto, puñaladas, muerte. Frente a ello, el amor, los sueños, el delirio de las noches que abrigaban amores clandestinos.
No, contra todo eso no pudieron. “La tibia tela de tu vestido”. La ventana que se abre por donde se cuelan cánticos en paredes oscuras, en hermetismos asfixiantes.
Cuando la muerte juega al escondite. Se diría que Federico se resiste a aparecer muerto, que su duende juega al escondite y que insiste en que su obra, que es pura vida, que es tórrido sueño, está ahí, esperando ser leída y representada. Y, con ello, el delirio, el banquete de la vida desplegada y descarada. Y, con ello, la inteligencia revelada sobre el papel y sobre las tablas teatrales.
Cuando la muerte juega al escondite. Dicen que, dentro de un mes, se acometerá otra nueva búsqueda de esos restos que, según se supone, están acompañados, entre otros de los de un maestro de aquella República, del único Estado no lampedusiano de nuestra historia contemporánea.
¡Cuántas elegías, cuántas palabras desgarradas dirigidas al poeta, provocadas por su asesinato! ¡Cuánto recordatorio!.
¿Llegará a darse la circunstancia de que, en lo que queda de año cervantino, aparezcan también los restos de Lorca, restos que dan cuenta de los horrores de una guerra, que llenaron de dolor al país entero, de los horrores de una guerra que, según el relato de los ganadores, sólo tuvieron víctimas de los suyos?
Cuando la muerte juega al escondite. Esos restos que, al quevediano modo, tendrán sentido, ese polvo y esas cenizas en los que el amor y el genio se dan cita, yendo y viniendo a sus textos, a sus tablas, a sus destellos de inteligencia, de sol, de luz, antes y después de las cinco de la tarde.
Cuando la muerte juega al escondite. La búsqueda de los restos de Lorca recuerda -mutatis mutandis- a Schulten buscando el emplazamiento de los tartesos, tesoro histórico y legendario que explicaría tantas y tantas cosas.
Cuando la muerte juega al escondite. También hay que aludir a la huella lorquiana en esta tierra, a su paso por Grao con la compañía teatral “La Barraca” donde se encontró con su amigo y coetáneo Valentín Andrés, así como a la dedicatoria de un poema de “Poeta en Nueva York, de la que es objeto Fernando Vela.
¡Ay! ¡La mejor España y la mejor Asturias!