«Principio de educación: la escuela, como institución normal de un país, depende mucho más del aire público en que íntegramente flota que del aire pedagógico artificialmente producido dentro de sus muros. Sólo cuando hay ecuación entre la presión de uno y otro aire la escuela es buena». (Ortega y Gasset)
Para ser precisos, habría que decir que el curso académico que acaba de iniciarse es, ante todo, puro saldo. De entrada, el saldo que queda de una LOMCE que, por fortuna, ni de lejos ha podido ser aplicada en su totalidad, de una LOMCE que pasará a la historia por haber conseguido algo tan difícil como poco envidiable, esto es, haber empeorado el sistema educativo anterior. Una LOMCE que va contra la filosofía y la música, contra lo público y contra la igualdad de oportunidades. Una LOMCE que fue el regalo de uno de los ministros más nefastos que tuvo Rajoy. Tampoco esto último está nada mal en lo que concierne a los retos logrados por don José Ignacio.
¿Qué se hizo de aquella propuesta que llevaba el PP en su programa planteando aumentar el bachillerato un curso más? ¿Qué se hizo de esa apuesta por mejorar la calidad de la enseñanza que va en el acrónimo, sólo ahí, de la ley del ínclito señor Wert? Pero, ante todo y sobre todo, ¿cómo es posible que nadie muestre públicamente su sonrojo, según los casos, propio y ajeno, ante el panorama con que se abre el curso académico que se acaba de iniciar?
¿Qué pasará con las famosas reválidas? ¿Llegarán a efectuarse esas pruebas? En caso afirmativo, ¿cómo se desarrollarán? ¿Alguien ha tenido a bien pensar en lo inaceptable que resulta la situación en la que se encuentra el alumnado de 2º de Bachillerato que, dado que en este momento se desconoce qué medidas se arbitrarán para su paso a la Universidad? Desaparece, dicen, la PAU, de acuerdo. ¿Y con qué criterios se accederá entonces a las carreras universitarias que hasta el momento exigían una alta nota media en el Bachiller para que pudieran incorporarse a ellas? ¿Es de recibo tanta incertidumbre, tanta indefinición cuando estamos hablando no sólo del provenir inmediato de muchísimos estudiantes, sino también del futuro del país?
Miren, aquí no estamos hablando sólo del sesgo marcadamente reaccionario del señor Wert, también de su sucesor en el Ministerio que se estrenó, por cierto, en el cargo ordenado la retirada de un retrato de Unamuno, que igual le molesta y le ofende tanto como a Millán Astray. No estamos hablando sólo de unos ministros que, en momento alguno, tuvieron a bien consultar con el profesorado, pues parece que no existimos. No estamos hablando sólo de alguna de las barbaridades de la nueva ley, entre ellas, como dije antes, la embestida que sufre la enseñanza de la filosofía.
Estamos hablando también de una torpeza manifiesta a la hora de aplicar el calendario de una ley, torpeza cuyas consecuencias pagarán los estudiantes y el futuro más inmediato del país.
Un nuevo curso académico marcado por los saldos de una ley que no se puede aplicar en gran parte y por los retales de un sistema educativo anterior que no encajan con lo que se quiso reformar.
Hay quien habla de lo mucho que apremia un pacto educativo, apremia, sí. La pregunta es si con el actual reparto de actrices y actores del panorama político cabe esperar, primero, el acuerdo. Segundo, en caso de que se alcanzase, ¿hay lugar para la esperanza de que se apueste por la calidad de enseñanza y por una sociedad que no aparque el esfuerzo, el conocimiento, la meritocracia y la excelencia?
Como coda para iniciados, don José Antonio Marina no es Giner de los Ríos.