El sábado, 7 de octubre, en una solemne liturgia en la catedral de Oviedo, fueron recordadas las víctimas de Nembra. Nada tiene de extraño ni de rechazable que la Iglesia rinda homenaje a personas que entregaron su vida a aquello en lo que creían, máxime cuando se da la circunstancia de que, en el caso que nos ocupa, se les dio muerte por sus hábitos.
Se da, sin embargo, la circunstancia de que en la jornada previa a esta liturgia leímos en EL COMERCIO que el arzobispo de Oviedo arremetió con dureza contra la llamada ley de memoria histórica. Y, dado que su ataque no estaba basado en cuestiones jurídicas propiamente dichas, toca, al menos, preguntarse por qué unas víctimas merecen todo tipo de reconocimiento, incluido el martirologio cuando no la beatificación, mientras que otras, por lo que parece, no merecen ser ni recordadas por los suyos ni tampoco reconocidas legalmente dentro de un sistema de convivencia al que llamamos democracia.
Doy por hecho que su Ilustrísima sabe que en la Guerra Civil hubo víctimas en ambos bandos. Doy por hecho que la piedad también es digna de ser aplicada a personas no creyentes.
Ya no se trata de esperar que una autoridad eclesiástica como el arzobispo Sanz Montes llegase a manifestar su piedad por las víctimas republicanas. A tanto no llegan nuestras aspiraciones, pues nos conformaríamos con que respetase que cada cual pudiese llorar, recordar y homenajear a los suyos.
¿Es justo sostener que reivindicar la memoria de los republicanos represaliados equivalga a un afán de venganza? ¿Sólo son dignas de ser recordadas las víctimas que estaban del lado del bando sublevado? Lo cierto es que hay planteamientos que, por mucho que uno se esfuerce en intentar comprenderlos, resultan de todo punto inaceptables.
¿Sería de recibo decirles a quienes tienen a antepasados suyos en las cunetas que deben renunciar a averiguar dónde están sus restos y renunciar también a llevarlos al panteón familiar? ¿Sería de recibo que tuviésemos que olvidar a víctimas del franquismo cuyo trágico fin supuso en su momento escándalos internacionales, por ejemplo, García Lorca y Leopoldo Alas?
Sin la más mínima acritud, se entiende y se respeta, como no podría ser de otro modo, que la Iglesia celebre liturgias solemnes en memoria de sus víctimas, que, desde luego, las hubo. Pero es inadmisible que no merezcan ser recordadas las víctimas del franquismo. ¿Acaso alguien puede negar que tal cosa ocurrió?
El pasado domingo, Leopoldo Tolivar, con mesura, elegancia y equidad, hacía referencia a este asunto en el un artículo en EL COMERCIO. Suscribo cuanto decía en su columna.
Y, por último, me atrevería a sugerir que se recordase aquel espléndido y conmovedor discurso de Azaña, cuando, en plena Guerra Civil, imploraba la paz, la piedad y el perdón.