Si se discutiese hasta qué extremo las letras de las canciones de Dylan son merecedoras del máximo galardón literario internacional, sería un debate interesante y acaso intenso. Sin embargo, no es eso lo que más destaca en la polémica suscitada al respecto, puesto que lo que está sobre el tapete es si se puede o no considerar literatura la obra de un cantautor. Y, en este sentido, lamento decir que echo en falta un mínimo de amplitud de miras.
Y es que, miren ustedes, no hace falta atesorar una gran erudición en materia de historia de la literatura para caer en la cuenta de que los vínculos entre la poesía y la música son enormes e innegables.
Por otra parte, hay letras de canciones que son excelentes poemas. Pensemos, entre otros, en Brel, en Serrat, en Raimon, en Aute, y así un largo etcétera. A este respecto, no puedo pronunciarme en lo que a Dylan se refiere, puesto que, para ello, tendría que dominar la lengua inglesa, y, desde luego, no es mi caso.
Bendita impureza. Parece que hay muchas gentes que no quieren recordar que Croce puso en tela de juicio los cánones clásicos sobre los géneros literarios. Parece que se quiere obviar, por poner un ejemplo entre muchos, que en una obra clásica de la épica como ‘La Eneida’, de Virgilio, hay fragmentos que tienen un lirismo asombroso. Parece que se soslaya que en el teatro de Valle- Inclán las acotaciones que lo hacen tan difícilmente representable se ajustan poco a la ortodoxia del género.
¿Tanto esfuerzo cuesta salirse un poco de la ortodoxia y de los caminos trillados? ¿Hace falta volver a preguntarse qué es poesía? ¿Resulta necesario a estas alturas recordar que hay poemas clásicos que ofrecen una musicalidad extraordinaria, del mismo modo que hay otros poemas que carecen de ella, la mayoría de los que escribió Unamuno, por ejemplo?
¿Acaso los poemas de Machado a los que Serrat les puso música son por ello menos literarios? ¿Acaso la literatura sólo tiene cabida en el papel y no en la partitura musical?
Bendita impureza. Bienvenida sea la prosa poética, la poesía cantada, el teatro difícilmente representable, la narrativa mezclada con otros géneros, y así sucesivamente.
Y, por último, no negaré que me sorprende esta polémica acerca de la concesión a Dylan del Premio Nobel de Literatura, porque, desde mi punto de vista, no es éste el debate que debería estar sobre la mesa, sino –insisto– otro muy distinto: si las letras de muchas de sus canciones están o no a la altura de la mejor poesía.