Proceloso mayo. El miércoles, sin ir más lejos, la tormenta que se desplomó a primeras horas de la tarde fue tremenda. El aguacero, en algunos momentos, cobró una asombrosa fuerza. Todo ello, en unas jornadas en las que las perturbaciones conceden horas de tregua, pero no nos abandonan.
Proceloso mayo, tras un mes de abril en el que apenas llovió en Vetusta ni en el resto de Asturias. Y, bien mirado, estas tormentas recientes, más que desquitarse de la sequía de los meses anteriores, se diría que parecen anticiparse a las veraniegas.
Incomodidades aparte, no puede negarse la estética que tienen las trombas de agua decididamente enrabietadas que, de repente, parecen inundarlo todo, que paralizan casi todo. Ante ellas, el paraguas no es suficiente, se hace necesario cobijarse pacientemente hasta que las nubes descarguen.
Proceloso mayo también en la política vetustense. Con Gabino de Lorenzo y sus avisos al Consistorio sobre la seguridad en el Tartiere. Con ese informe emitido por la Universidad a instancias del equipo de gobierno municipal que, según parece, plantea las posibles responsabilidades patrimoniales de quienes gobernaban la ciudad cuando se decidió la expropiación de Villa Magdalena.
Proceloso mayo, política y judicialmente hablando en todo el país, también en Oviedo.
Lo cierto es que en las mencionadas treguas que conceden las tormentas de estos días, es una delicia recorrer Oviedo, disfrutando de una atmósfera más limpia y preguntándonos acerca de lo que está sucediendo en la vida pública.
Y es en estas ocasiones cuando nos ronda la sospecha de que los petardazos informativos son como los truenos y relámpagos llamados a ser y resultar efímeros, porque, según parece, se cuenta con que todo escampe, con que ese ruido y esa furia se diluyan y queden como un exangüe recordatorio que propende a borrarse y diluirse.
De todos modos, quiero quedarme con la delicia de esos momentos de tregua, con el paseo por Oviedo tras la chubascada, incluso tras el granizo. Con esa calma, que es pura serenidad, con ese cielo en el que las nubes, bien se han ido, bien descansan.
Con el momento del sosiego, en el que siempre se ve más claro. Con ese paisaje urbano en el que las terrazas de los bares y cafés ofrecen su particular paisaje después de la batalla.
¡Qué grato resulta ese café a techo, contemplando la nada estridente vuelta a la normalidad, en la que la gente camina con los paraguas cerrados, en la que se sigue mirando al cielo, en la que se hace un alto en el camino en una terraza que ya vuelve a estar en condiciones de disfrutar de ella!
Sosiego, mucho sosiego. Sosiego y placidez, pero sin embotamiento alguno.
Y las nubes viajeras se van con la tormenta a otra parte, acaso muy cercana.