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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

Recuerdos de Oviedo: Aquel ascenso del Oviedo a primera división a mis quince años

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“Incierto es en verdad lo porvenir. ¿Quién sabe lo que va a pasar? Pero incierto es también lo pretérito: ¿quién sabe lo que ha pasado?”. (Antonio Machado).

¿Cómo no recordar aquella canción de Mari Trini, en la que, con cierto desgarro, se preguntaba quién no había dejado que abrazasen su cuerpo a los 15 años, al tiempo que, en honor a la verdad, lo que uno lamentaba no era eso, sino que determinada persona o determinadas personas no nos hubiesen abrazado como Dios manda, si es que el Altísimo podía permitir aquellas cosas?
¿Cómo no recordar aquella edad de 15 años, cuando “hacerse mayor” era una meta soñada y, también, temida? ¿Cómo no recordar que, por un lado, éramos conscientes de que la vida podía golpearnos al ir quedándonos desprovistos de la protección que da la infancia, pero que, por otra parte, ansiábamos amoríos, cercanías, arrullos, ternuras, vendavales de pasión y otras cercanías tórridas?
15 años, digo. 1972. Poder colarse en el cine a ver películas para mayores de 18 años, ir descubriendo una música muy distinta a aquellas horteradas que tanto y tanto se repetían en las emisoras de radio. Buscar con avidez claves pasionales en algunos libros. Por ejemplo, en la novela “Primer amor”, de Turgueniev. Descubrir lo que puede dar de sí un baile con el bálsamo de la música lenta, con las palabras de ida y vuelta entre los acordes de la canción de turno.
15 años, plena adolescencia, edad de las pasiones, una de ellas, entre las confesables, ser del Oviedo hasta los tuétanos, en medio de tantas y tantas melancolías, también futbolísticas.
El recuerdo de infancia de una tarde muy triste en el Tartiere en el que se le anuló un gol a Biempica frente al Coruña, lo que aceleró el descenso a segunda división, categoría en la que el Oviedo permaneció de aquella casi diez años, con tantos y tantos partidos sin dar grandes alegrías a la afición.
Pero, en la temporada 71-72, llegó el ascenso, con Eduardo Toba como entrenador, un médico que había sido seleccionador nacional por muy poco tiempo, un técnico que, cuando llegó al Oviedo, se tomó su tarea en serio y consiguió el ansiado objetivo.
Aquella temporada del ascenso a primera, Lombardía, el portero del Oviedo, estuvo soberbio, encajando muy pocos goles, un total de 19 en todo el campeonato. Galán, el delantero centro titular, fue el máximo goleador de la categoría, consiguió 23 goles, nada menos. Aquella temporada, si la memoria no me falla, fue la primera de Carrete en el Real Oviedo, el bravo y correoso defensa de Cabojal se ganó el cariño y la admiración de la afición carbayona desde el primer momento.
Aquella temporada, en efecto, el Oviedo nos dio, partido a partido, muchas alegrías. Y, al final, no sólo se logró el ascenso, sino que además quedamos campeones.
Los sueños, en efecto, se cumplían. Las melancolías no ahogaban, ni tampoco impedían, grandes alegrones. Campeones de segunda división.
Entonces llegó el verano. Un tiempo para descansar, disfrutar y soñar. Un tiempo para bañarse en el Narcea, cruzando el río de orilla a orilla. Un tiempo para bañarse en las playas del Aguilar, San Pedro y la Concha de Artedo. Un tiempo para ir de verbena en verbena, en el que el mayor placer consistía en que no había hora fija ni fijada de regreso a casa. Un tiempo para descubrir en la poesía claves y secretos de amor, sin cursilerías. Un tiempo para andar en bici entre Lanio y Cornellana, entre Cornellana y Lanio.
Pero volvamos a aquellos domingos en el Tartiere, en los que el público jaleaba los avances de Carrete, su furia, su garra, su compromiso, su ambición de profundidad como lateral derecho. Y, durante el descanso de los partidos, el refresco en el bar que estaba muy cerca de la grada de Preferencia, el refresco y la bolsa de patatas fritas.
Domingos de lluvia y barro, de paraguas en la grada de general, de olor a puro, domingos en el antiguo Tartiere, que, en aquella temporada, fueron, casi siempre, una fiesta, que iba camino de la primera división.
Llegar a casa, comentar brevemente el partido. Un poco de música en aquel tocadiscos que hoy sería pieza de museo con su altavoz en la tapa. Algo de merienda. Y el pensamiento en el próximo domingo, en la película que podría ver en el cine, cuando el Oviedo jugaba fuera.
A los 15 años, cargado y recargado con la melancolía de la adolescencia, melancolía en la que iba incorporado aquel Real Oviedo que parecía que nunca iba a ascender. Pero, domingo a domingo, el sueño llevaba camino de cumplirse.
Aquel Oviedo del ascenso a primera cuando cumplí 15 años. La calidad de Crispi, calidad sin furia, la veteranía de Nico, que, si no recuerdo mal, venía del Pontevedra. La seguridad que daba Tensi en la defensa, un jugador que, injustamente, colgó sus botas sin haber sido internacional, la fuerza y la lucha de Juan Manuel, el de Casomera.
Soñaba con la épica de ver pronto grandes partidos del Oviedo en primera división, soñaba con la lírica de amores adolescentes para los que buscaba canciones de las que no sonaban en la radio. Soñaba con vivencias que en verdad fuesen estremecedoras y que dejasen arrinconada aquella melancolía tan propia de la edad.
Soñaba con dejar apartado, en un rincón de la memoria, aquel párrafo de Ortega perteneciente a uno de sus volúmenes de “El Espectador”, que decía así: “Cuando no hay alegría, el alma se va a un rincón de nuestro cuerpo y hace de él su cubil. De cuando en cuando da un aullido lastimero o enseña los dientes a las cosas que pasan. Y todas las cosas nos parece que hacen camino rendidas bajo el fardo de su destino y que ninguna tiene vigor bastante para danzar con él sobre los hombros”.
El vigor y la euforia frente lo agridulce. Melancolía quinceañera que es y tiene que ser superada por entusiasmos y estremecimientos, por sueños y delirios, por el arsenal onírico que, a los 15 años, es eterno e inconmensurable.
Ascenso del Oviedo, caída en picado de lo melancólico. Y esa fuerza de los 15 años que todo lo puede, que todo lo envuelve en una suerte de abrazo inacabable y abismal.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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