“Lo que el padre silenció, en el hijo habla: muchas veces comprobé que el hijo era el desvelado secreto del padre”. (Nietzsche).
Según Ana Caballé, la obra de Umbral es “el autorretrato más largo de la literatura española”. Autor de 110 libros y de135.000 artículos. En tan abultada obra, el mayor protagonismo lo tiene el propio Umbral. Se inventó a sí mismo, y, sin embargo, datos esenciales de su verdadera vida, no menos literaria que su obra, permaneció oculta, o, más bien, fue inventada. Hasta después de su muerte, no se supo que su padre fue Alejandro Urrutia, abogado, republicano, intelectual y poeta modernista, padre también del poeta Leopoldo de Luis. Umbral supo quién era su padre, pero lo ocultó, y en sus libros más autobiográficos, el verdadero padre estuvo ausente.
Ausencia del padre, que nunca reconoció a su hijo, y, llegado el momento, muerte del propio hijo, acontecimiento que trajo consigo la que es acaso mejor novela de Francisco Umbral: “Mortal y Rosa”.
Por tanto, doble ausencia, dimensión trágica de un autor que ocultó también su verdadero nombre, Francisco Alejandro Pérez Martínez, así como su año de nacimiento, que fue 1932, y no 1935.
Umbral podría haber hecho suyas estas palabras de Ortega: “El hombre es novelista de sí mismo, original o plagiario». Un Ortega al que el autor que nos ocupa admiró mucho.
Escritor en estado puro, con su máquina de escribir, con las estrecheces inevitables de los comienzos. Escritor en estado puro que tuvo una presencia continua en la prensa, en la que escribió artículos memorables, con su prosa magistral y única.
Con ocasión del décimo aniversario de su muerte, se han escrito muchas cosas en no pocos casos exageradas, que hablan del mejor prosista del siglo XX, sin tener en cuenta la calidad alcanzada por los grandes escritores de las tres primeras décadas de la pasada centuria.
Pero, sin duda alguna, Umbral fue el columnista de referencia en la transición, un columnista que continuó una tradición que se está perdiendo: la del escritor de periódicos, la del columnismo literario. En sus artículos, lo que estaba por encima de todo era la calidad literaria, más que el análisis puntual de los acontecimientos.
Por otra parte, a la hora de pronunciarse sobre los grandes escritores contemporáneos españoles, Umbral, al mismo tiempo que dio claves esenciales sobre algunos literatos y pensadores, también incurrió en arbitrariedades e injusticias manifiestas. Por ejemplo, con la prosa de Azorín. Por ejemplo, en lo más cercano a nosotros, con Pérez de Ayala, a quien vapuleó como columnista y escritor.
Pero, con sus arbitrariedades que no fueron pocas, con su falta de rigor inevitable de quien escribe más de lo que investiga, Umbral fue, ante todo, un género literario, que, por otro lado, tuvo sus imitadores que no alcanzaron, como siempre sucede, grandes alturas.
El siglo XX fue novelado por Umbral, y no sólo en sus libros, también en muchos de sus artículos.
¿Cómo no recordar aquel retrato que hizo de Franco? “En un Burgos salmantino de tedio y plateresco, en una Salamanca burgalesa de plata fría, Francisco Franco Bahamonde, dictador de mesa camilla, merienda chocolate con soconusco y firma sentencias de muerte”.
¿Cómo no recordar el artículo que publicó tras la matanza de Atocha, instando a Alberti a que no regresase aún del exilio?
¿Cómo no perder de vista su relación con Cela, con quien compartía su debilidad por lo carpetovetónico y celtibérico, pero que, al final, le dedicó un libro donde no faltaba la acidez?
¿Cómo no tener en cuenta su desencanto con el felipismo, que lo llevó a escribir un libro excelente en el que puso sobre el tapete las contradicciones y renuncias de aquella época?
La suyas fueron, en las novelas y en los artículos, verdades literarias, “verdades” no siempre rigurosas, pero sí con un poderío estético envidiable.
No fue el Larra del siglo XX, como se dijo en su momento. No alcanzó la genialidad de Valle- Inclán, al que abordó también en un libro que, más allá de los logros en la prosa, apenas aportó claves sobre el autor de “Luces de Bohemia”. No tuvo nunca como articulista la influencia que alcanzó Ortega en su momento. Su “yo” no atesoró la profundidad de otro gran cultivador de sí mismo como Unamuno.
Pero, sin duda alguna, hablamos del columnista español más brillante de la segunda mitad del siglo XX y hablamos también de un novelista atípico que se contó a sí mismo en la práctica totalidad de su obra narrativa y que alcanzó la excelencia literaria en “Mortal y Rosa”.
Columnista de referencia de la segunda mitad del siglo XX que, por otro lado, es en no pequeña parte la consecuencia de aquella España que en los años 30 se asomó a la modernidad con trágicos resultados.
De aquella España vino a la España más contemporánea, con heridas y ocultaciones, con secretos literales y literarios que, a poco que buceemos en ellos, nos estremecen.