«Hay que ser un héroe para enfrentarse a la moralidad de una época». (Foucault).
Como era de esperar, tras conocerse la sentencia del llamado ‘caso Renedo’, las reacciones se siguen produciendo incesantemente. Y no acierto a entender que se haya dicho que se trata de un caso aislado.
No es un caso aislado desde el momento mismo en el que estamos hablando de dos consejerías en este entramado de corrupción, de dos consejerías y de cargos políticos condenados en compañía de empresarios y de una alta funcionaria. Cuando estamos hablando de actuaciones que se prolongaron en el tiempo.
El primer lamento del partido entonces gobernante tendría que venir por el reconocimiento de que tales cosas sucedieran sin que los preceptivos controles funcionasen. Y, por parte de lo que era entonces la oposición, tampoco están como para sacar pecho por no haber seguido con rigor la acción del Gobierno. ¿Y qué decir de IU, que formaba parte de aquel gobierno en 2011, cuando se produjeron los primeros ingresos en prisión? Desde luego, nadie dimitió, desde luego todos siguieron enrocados en sus beatos sillones.
Todo este entramado se hizo, presuntamente, en detrimento de la escuela pública y de todo aquello que habla de nuestras raíces. Si algo así no es oprobioso y hasta nauseabundo, que vengan todos los referentes y que lo vean.
También me llama la atención que, desde otras trincheras, al unísono, se pidan dimisiones, y me llama la atención porque me pregunto si hacía falta la sentencia para tales pronunciamientos.
No lo llamen caso aislado, es una historia marcada por unos agravios no solo en el orden material, sino también en la moral pública. Invito al público lector a que recuerde su impresión cuando los medios se hicieron eco de este escándalo. No solo indignación, sino que también fue algo que dejó por los suelos el estado de ánimo de la ciudadanía.
Del único aislamiento que cabe hablar aquí es de nuestra insularidad. Tanto en el momento en que estalló el escándalo como en el instante en que se conoció la sentencia, esta historia apenas transcendió allende Pajares. Y, por último, como el arriba firmante no tiene madera de inquisidor, me resulta muy significativo que se estén produciendo reacciones que se pronuncien en torno a los años de prisión de las condenas. Miren: lo esencial, a mi entender, sería otra cosa: obligar a que se reponga lo presuntamente sustraído, al tiempo que esa FSA, que se reclama tan diligente y tan defensora de la enseñanza pública y de la cultura, debería pedir perdón a la sociedad asturiana y mostrarse abochornada ante lo sucedido.
No soy partidario de la humildad entendida al modo judeocristiano. Pero sí me siento un entusiasta de ese acto de grandeza humana que consiste en el reconocimiento de los errores.