«Si Dios ha hecho este mundo, yo no quisiera ser Dios. La miseria del mundo me desgarraría el corazón». (Schopenhauer).
Ya no existe Checoslovaquia, tampoco la Unión Soviética. El mapa político” de la Europa del Este surgido tras la II Guerra Mundial ya es historia. Medio siglo nos separa de aquel momento en el que pudimos ver las imágenes de los tanques del llamado ‘pacto de Varsovia’ en Praga, o sea, de los tanques soviéticos.
¿Qué decir de aquel recuerdo, qué decir de aquellas imágenes? El arriba firmante tenía diez años y, sin necesidad de ruido, la presencia de aquellos tanques daba miedo, escalofriaba. ¡Qué distinto, aunque no tan distante en el tiempo y en la geografía, era aquello de las imágenes televisivas que habíamos visto meses antes de los enfrentamientos entre estudiantes y policías en las calles de París!
No, lo de Praga no era un conflicto callejero, se trataba de algo mucho más cruento, de una invasión.
Entonces no se cayó ningún muro, pero sí muchas vendas. Los hechos, innegables, daban la razón a Orwell, también a Bertrand Russell. El llamado bloque soviético no era ningún paraíso, el llamado «socialismo real» distaba mucho de ser un destino utópico. Con las vendas, se caía el mito.
Aquello, en efecto, nada tenía que ver con el Mayo francés, aquello iba en serio, anunciaba una represión brutal. Los tanques soviéticos representaban un totalitarismo atroz. A aquellos intelectuales que vivían en la Europa capitalista, a la que tanto criticaban, se les puso muy difícil seguir defendiendo lo que la Unión Soviética representaba.
Nunca olvidaré aquel telediario mientras cenábamos, en el que se exhibieron las imágenes de los tanques. Ciertamente, su mera presencia era más que suficiente para helarlo todo.
Aquí, en plena dictadura, aquellas imágenes no solo ponían de manifiesto el horror que significaba que los tanques lo decidiesen todo, no sólo ponía en evidencia el mito del paraíso soviético, sino que además hacía recordar a muchos los horrores vividos en plena guerra, aquellos horrores de los que se recomendaba no acordarse.
Algo cambió en Europa a partir de aquel episodio escalofriante, aquello no solo fue el principio del fin del bloque soviético, que aún se mantendría hasta 1989, aquello fue también el aldabonazo para el llamado eurocomunismo llamase a la puerta.
Agosto de 1968. ¡Cuánto escalofrío, cuántas decepciones, cuántas vendas por los suelos!