Hay quienes argumentan que el Gobierno, en lugar de disponer que los restos del dictador salgan del Valle de los Caídos, tiene otros muchos asuntos más urgentes de los que ocuparse. Ante semejante planteamiento, cabe una pregunta ingenua: ¿Acaso la medida de marras impide tomar otras decisiones, decretar otras cosas? ¿Acaso el Ejecutivo que preside Sánchez tiene un número limitado de decretos de tal manera que esta decisión impide tomar otras?
Hay quienes argumentan que el Valle de los Caídos debería convertirse en un enclave para la reconciliación. Me temo que tal cosa es totalmente imposible. Lo único que cabe llevar a cabo, desde mi punto de vista, es hacer de ese mausoleo lo único posible, esto es, que se deje claro aquello que fue, es decir, un campo de concentración.
Y hay que añadir algo más: fue concebido como la huella indeleble del significado del franquismo. Si El Escorial representa, como dejó escrito Ortega, un monumento al esfuerzo, el Valle de los Caídos es un monumento al horror, al horror estético y al horror de una cruenta dictadura.
Más allá de un posible golpe de efecto ideado por el Gobierno para contentar a su militancia y a su electorado, lo cierto es que un Estado democrático no puede seguir rindiendo honores a la memoria de un dictador.
Más allá de un posible golpe de efecto del Gobierno de Sánchez, lo cierto es que los descendientes de las personas que fueron allí enterradas involuntariamente tienen todo el derecho del mundo a recuperar esos restos y llevarlos a las sepulturas familiares correspondientes.
Más allá de ese posible golpe de efecto, la memoria y la dignidad democrática de quienes sufrieron ese campo de concentración debe ser simbólicamente restaurada dejando claro qué fue aquello, dejando claro que el Estado democrático nada tiene que ver con semejante cosa.
Por otra parte, cuando se habla de problemas más urgentes que el que aquí nos trae, ciertamente lo que acaba de aprobar el Ejecutivo al respecto no tiene por qué retrasar ninguna iniciativa gubernamental.
Se trata de un asunto que debió acometerse hace mucho tiempo, sin duda, pero es algo que había que hacer por dignidad democrática.
Habrá que ver a partir de ahora si la derecha de nuestro país se desmarca o no del dictador en este asunto. Habrá que ver hasta qué extremo la sensibilidad democrática concierne o no a todos los partidos con representación parlamentaria.
Habrá que ver, en suma, si la ruptura con la simbología franquista se consuma y se confirma.