En el ámbito astur, empezamos el curso político con un discurso muy desdibujado de Javier Fernández el 8 de septiembre que no acertó a decir más que un topicazo sobre Asturias y los asturianos, que nada aportó. Luego, pasó por aquí Pedro Sánchez en plena celebración de sus primeros cien días de Gobierno, con el triunfalismo que iba en el guion. Y el 11 de septiembre coincidieron la Diada y la segunda dimisión que se produce en el Ejecutivo socialista, de cuya dimisión se derivó el nombramiento de María Luisa Carcedo como ministra. O sea, presencia llariega en el Gobierno de España.
Y, como colofón a todo ello, llegó el revuelo originado alrededor de la tesis doctoral del actual presidente del Gobierno, tesis doctoral que el propio interesado terminó publicando.
Tenso e intenso comienzo de curso político, en el que el conflicto catalán vuelve a escenificarse, sin que, de momento, se vea el comienzo de una posible reconducción del asunto más allá de declaraciones retóricas que hablan de un diálogo que parece difícil que se emprenda, tal y como están las cosas actualmente.
Pero, además, afloró algo que no iba en el guion, si bien tampoco causó una gran sorpresa. Una vez más, chanchullos y chapuzas en la obtención de un máster. Una vez más, una dimisión forzada. Parece ser que no solo hubo cambios en las notas, sino que además el «copia y pega» en el trabajo de fin de máster de la ya ex ministra Carmen Montón salta a la vista.
O sea, una institución como la Universidad, el Templo del saber del que habló Unamuno, se pone al servicio de determinadas personalidades. O sea, el esfuerzo queda orillado. O sea, el agravio hacia todas aquellas personas, que hacen un sacrificio económico y personal para conseguir la titulación correspondiente, se vuelve a cometer, provocando indignación y desapego en una ciudadanía que se pregunta qué más tiene que pasar para que toda este serie de episodios pasen a ser un mal recuerdo y las cosas cambien ya de una vez por todas.
Fíjense: un nuevo Gobierno, que llegó legítimamente al poder para acabar con la incesante escandalera de corrupción que nos tocaba soportar, ya tiene, en poco más de cien días, a un ministro y a una ministra dimitidos.
Conviene hablar claro, que diría Blas de Otero: aquí no hay solo partido político corrupto, aunque vaya primero en tan macabra competición, aquí, la podredumbre de la vida pública, que incluye a instituciones tan importantes como la Universidad, no solo es apestosa, sino que además está muy lejos de conjurarse.
¿Saben? Acude a mi mente el recuerdo de la película ‘Los intocables’ cuando el hombre de confianza de Eliot Ness va a buscar colaboradores que todavía se encuentran en periodo de formación.
Pues eso: comienza el curso político con petardazos que provocan dimisiones. Y –lo que es peor– todo hace presagiar que, en este «relato» de nuestra vida pública figura el «continuará».