Estaba cantado, tras el serial por entregas de las conversaciones de María Dolores de Cospedal con el ex comisario Villarejo, que la dirigente conservadora tendría que renunciar a su cargo en el partido. Está por ver, en el caso de que el culebrón continúe, si no se verá obligada a abandonar también su acta como diputada en el Congreso.
A poco que se conozca lo que es la realidad política, más allá de retóricas rimbombantes y de topicazos del tres al cuarto, se sabe que existen las alcantarillas del poder y que quienes lo ejercen no sólo saben de su existencia, sino que además no pueden evitar en ciertas ocasiones entrar en contacto con ellas. (Entre paréntesis: ¿Alguien recuerda al señor Perote?).
Pero, entre otras muchas consideraciones que se pueden hacer acerca del caso que nos ocupa, no es posible soslayar que, en las conversaciones que se vienen difundiendo, no se abordan temas de Estado, sino de partido, y, además, afloran las miserias de la política, como, por ejemplo, los conflictos entre personas que pertenecen a la mismas siglas, o sea, enemigos íntimos. Y, por otro lado, a tenor de lo escuchado, es muy sórdido que se hable de vigilar a familiares de adversarios políticos.
O sea, todo parece indicar que se quiso utilizar el poder para fines muy poco filantrópicos, no sólo ajenos al interés general, sino que incluso colisionaban con el susodicho interés común, como, por ejemplo, el presunto intento de tapar informaciones sobre la trama Gürtel. ¡Tremendo!
Por otra parte, estoy convencido de que en la cúpula pepera, a pesar de todo, hay un alivio generalizado en tanto en cuanto la política manchega no fue la vencedora en las primarias de su partido.
¿Se imaginan en qué tesitura estaríamos si en este momento doña María Dolores de Cospedal fuese la principal dirigente del PP? Sin duda, el mazazo sería mayúsculo.
¡Cuánta sordidez hay en la vida pública española! Hasta la moción de censura, el PP iba de escándalo en escándalo, en Madrid y en otras muchas autonomías. Desde que Pedro Sánchez formó Gobierno, ya tuvimos dos dimisiones. Y, desde que Rajoy abandonó la política, los fantasmas del pasado siguen golpeando al PP.
Además, no hay que descartar, sino más bien todo lo contrario, que las alcantarillas y las corruptelas sigan informando y apestando.