Esa cita del vino o del café pendientes siempre aplazada, sin sospechar ni por lo más remoto que nunca llegaría a celebrarse. En la mañana del 20 de enero, me entero por la edición digital del diario EL COMERCIO de la muerte de un escritor vocacional, de un hombre que dedicó su vida a la literatura, que siempre tenía en mente una novela o un poemario, que no paraba de crear y de forjarse proyectos.

Conocí a Gerardo Lombardero a principios del presente siglo. Coincidimos en actos organizados por el Ateneo Republicano de Asturias. Además de su pasión literaria, admiré su socarronería tanto sobre el mundillo de la farándula como acerca de la vida política.

Coincidimos, sobre todo, en Oviedo, pero en ocasiones nos vimos en la ría de Miranda, por el bajo Narcea, donde era un placer encontrarlo y charlar. Y, a decir verdad, tras haber leído un artículo suyo en EL COMERCIO el pasado sábado, lo que en ningún momento pude imaginarme fue que su muerte estuviese tan próxima.

La racha de muertes en este primer mes de año es tremenda en Asturias. Y la de Gerardo Lombardero no solo fue inesperada, sino que además me tocó de lleno, me dejó anímicamente trastocado. Me vinieron a la cabeza muchos recuerdos, cuando me hablaba de sus poemas, así como varias de sus novelas que leí, incluso reseñé y presenté alguna de ellas. Pero, por encima de todo, lo que rescato son sus risotadas, sus anécdotas, sus comentarios ácidos, sus repasos a lo que acontecía literariamente por estos lares.