El lunes 11 de febrero, aniversario de la Primera República, se vivió la resaca del «baño de masas» en Madrid de los tres partidos de la derecha española, al tiempo que, tras haberse roto las negociaciones entre el Gobierno de Pedro Sánchez y la Generalitat, todo parecía indicar que, de entrada, el fin de la Legislatura estaba próximo y que las consignas que se habían aireado para convocar la manifestación de Madrid, acusando al Ejecutivo de traicionar a España por sus supuestas concesiones al independentismo, parecían haber sido, a un tiempo, desmedidas y precipitadas.
El martes tocaba debate Parlamentario acerca de los presupuestos generales del Estado y comenzaba en el Tribunal Supremo el juicio del ‘procés’. O sea, que la atención mediática confluía en ambos escenarios.
Lo cierto es que, a mi juicio, fue meritoria la intervención de la ministra Montero, a la que no solo no le faltaron argumentos, sino que además, dentro del bajísimo nivel que hay en nuestra vida parlamentaria, sus intervenciones resultaron convincentes. Sobre la ministra recayeron acusaciones y descalificaciones que, en realidad, iban dirigidas sobre todo al presidente del Gobierno, pero se defendió bien y, lo que es más meritorio, lo hizo sin necesidad de sumar estridencia, de la que estamos muy sobrados.
Por otra parte, los discursos de los abogados defensores de los encausados en el Tribunal Supremo no causaron sorpresa. Lo más llamativo estuvo en los desencuentros que se escenificaron dentro del independentismo, sobre todo, por parte de Junqueras que no giró la cabeza cuando Torra saludó al banquillo de los acusados, así como en la solemnidad del marco donde se va desarrollar el juicio que acaso concite mayor atención de cuantos se han celebrado hasta el momento desde la muerte de Franco a esta parte.
Y, como todo parecía indicar, en la votación del miércoles en el Congreso, no hubo sorpresas. El independentismo catalán mantuvo sus enmiendas a la totalidad en el asunto presupuestario. El silencio del Presidente Sánchez fue clamoroso, y estamos en vísperas de conocer cuál será la fecha elegida para el adelanto electoral.
Tres días de febrero, que están entre los más tensos e intensos de nuestra reciente historia. Y, entre otras muchas cuestiones, resulta obligado preguntarse qué composición de lugar se hace el independentismo catalán para el tiempo que se abre a partir de ahora. Inevitablemente, son conscientes de que, en el más favorable de los supuestos, el próximo Gobierno que salga de las urnas no va a ser más flexible a sus peticiones que el que acaban de tumbar rechazando sus presupuestos.
Por cierto, estuvo muy certero y brillante el portavoz del PNV en el Congreso al señalar que nunca es bueno el peor escenario posible, el «cuanto peor, mejor». Sin duda, más allá de acuerdos y desacuerdos que podamos tener con sus planteamientos, Aitor Esteban es uno de los mejores parlamentarios que tiene en este momento el Congreso de los diputados.
Tres días de febrero, bullendo Madrid a resultas de lo que acontece y aconteció en Cataluña. Y tampoco puedo dejar de preguntarme acerca de la hoja de ruta del independentismo. ¿Acaso no son conscientes de que el llamado derecho a la autodeterminación no cabe en el actual marco jurídico?. ¿No se podían plantear una mesa de partidos encaminada a una reforma constitucional que pudiera abrir otras perspectivas? Tras todo lo acontecido desde octubre de 2017, habiendo quedado demostrado que la llamada vía unilateral es imposible, ¿no pueden caer en la cuenta de que tantas urgencias no facilitan la salida, sino que, antes al contrario, la cercenan?
Por otra parte, está por ver qué puede dar de sí el juicio en el Tribunal Supremo, pero no hay que hacerse muchas ilusiones de que el resultado final, o sea, las sentencias, bajen la crispación y las tensiones.
La política española está en una tremenda encrucijada, y la salida pactada a todo esto, desde luego, no se vislumbra.
Pero también hay que ir más allá de los focos de la atención mediática, que, a fuerza de iluminar tanto, deslumbran y hasta ciegan. El conflicto no solo existe entre el nacionalismo catalán y el resto del Estado, sino también dentro de Cataluña por partida doble. De un lado, entre quienes quieren la independencia y los que no la desean. Y, de otro, en el seno mismo de las formaciones independentistas, los recelos y los agravios no son menos tensos y acerados.
Tres días de febrero en los que la tensión política tuvo sus altavoces, ensordecedores. Tres días de febrero que, sin duda, pasarán a la historia.