¿Quién puede negar que la mejor literatura, hace milagros? ¿Quién puede negar que Valle-Inclán, a través del diputado por Burgos Agustín Javier Zamarrón que presidió la Mesa de Edad de la sesión constitutiva del Congreso, se coló hoy en el Parlamento español para recordarnos a todos a un tiempo la mejor y la peor España, la de los héroes que iban a parar al callejón del gato, frente a aquella otra España tan insensible y grotesca que le hizo sufrir tanto a Max Estrella?
Sí, el esperpento. Sí, Max Estrella. Sí, la deformación grotesca de la vida española. Sí, los espejos cóncavos que distorsionan la realidad tanto y tanto. Sí, el trasunto de Alejandro Sawa al valleinclanesco modo. Sí, la España en la que la inteligencia recibe continuas afrentas.
En esta España que masivamente rinde culto a la telebasura y a la ordinariez, en esta España en la que, como denunciara Valle-Inclán, lo que se premia no es el mérito ni el talento, sino las malas artes, irrumpió de repente, al catódico modo, el doctor Agustín Javier Zamarrón, que, tras varias intentonas, consiguió un escaño por la provincia de Burgos. El doctor de aire valleinclanesco que, además de presidir la mesa de edad del Congreso, resucitó a Valle-Inclán, que nos volvió a insistir en todo aquello que denunció Max Estrella en sus últimas y trágicas horas, en su sufrimiento asediado por una realidad esperpéntica.
Fíjense ustedes: el mayor protagonismo de la sesión constitutiva de la nueva Legislatura tenía que recaer en los políticos catalanes que están en prisión provisional y que, sin embargo, pudieron prometer sus cargos. Cataluña como problema, el problema catalán.
¿Cómo no recordar el estremecedor encuentro de Max Estrella con el obrero catalán, poco antes de que este personaje sea víctima de la ley de fugas? ¿Cómo no recordar el dolor y la rabia del poeta ciego ante la infamia que está a punto de suceder? ¿Cómo no situarnos en aquella Barcelona de principios del siglo XX que novelaría muchas décadas después Eduardo Mendoza?
En una España en la que los políticos no tienen discurso, sino consignas, en una España en la que gazmoñería en la vida pública insulta a la inteligencia y al buen gusto, en una España en la que uno de los principales méritos consiste estar en posesión del carnet de algún partido político, en una España en la que los sindicatos se han vuelto más obedientes y complacientes que nunca, en una España donde el hábito lector sigue siendo algo extraño estadísticamente, en una España que está muy lejos de conjurar sus peores fantasmas de otro tiempo, irrumpe Agustín Javier Zamarrón para recordarnos a Valle-Inclán, ignoro con qué grado de voluntariedad.
Y ese momento en el que lo hemos visto presidiendo el Congreso, a muchos nos electrizó, pues sirvió de recordatorio de la mejor España intelectualmente hablando, pues sirvió de desquite frente a tanta estulticia.
Lo dicho: una aparición, un milagro que sólo nuestra literatura pudo hacer. Y esta vez Max Estrella no necesitó ponerse estupendo. Y esta vez don Latino no tuvo sitio a su lado. Y esta vez ningún Buey Apis pudo silenciarlo.
No lo perdamos de vista: la Legislatura arranca con un milagro literario. Los letraheridos podemos seguir soñando.