Ahí está la sentencia del Tribunal Supremo acerca del llamado ‘caso Renedo’. Ahí está el entorno de Fernández Villa acusando de falta de imparcialidad a la UCO, cuyas conclusiones sobre el presunto enriquecimiento ilícito del otrora poderoso ex dirigente del SOMA son demoledoras. Ahí están todos los datos que se vienen arrojando en el juicio del Niemeyer, que dan cuenta de una gestión que, en el mejor de lo casos, no estuvo escrupulosamente controlada. Aquí están, en definitiva, toda una serie de asuntos que ponen de relieve episodios muy graves de corrupción en nuestra tierra.
Frente a todo ello, está el momento presente que, por un lado, no puede pasar por alto la actualidad de los susodichos episodios, actualidad en clave judicial, por no decir, penal. Y es insoslayable preguntarse si resulta suficiente manifestar el respeto a las decisiones de los tribunales, si no habría que ir un poco más allá con análisis y valoraciones contundentemente claros. Aún estamos a tiempo, sí.
El busilis acerca del estado de la cuestión es el que sigue. Por una parte, se acaba de producir en Asturias un relevo generacional en la mal llamada clase política. Ítem más: por vez primera en mucho tiempo, esta tierra no se queda rezagada en el cambio generacional con respecto al resto del país. Y, por otra parte, acaso no sea suficiente con decir que tocaba el cambio, que es hora ya de captar el pulso de Asturias desde una nueva generación.
Hay que ir más allá, creo. No se trata tan solo de condenar los episodios de corrupción cuyas sentencias, según los casos, ya están dictadas o se encuentran a punto de conocerse, pues también toca llevar a cabo una serie de iniciativas inequívocamente encaminadas a que hechos de semejante calibre no vuelvan a producirse.
Con respecto a la generación anterior que dirigió nuestra vida pública políticamente hablando, no se puede perder de vista que no fue capaz de evitar la corrupción y que, por otro lado, incurrió en planteamientos que facilitaron una serie de privilegios a la mal llamada clase política, con los que –velis nolis– si de regeneración hablamos, hay que romper, no solo en el ámbito declarativo, sino también con medidas que terminen con ellos.
A decir verdad, la paradoja no es pequeña, la Asturias que tiene que hacer frente a la llamada descarbonización, no puede dejar de lado lo que la actualidad impone acerca del personaje que tuvo tanto poder desde su condición de líder de un sindicato todopoderoso. La Asturias oficial, a cuyo frente está una nueva generación, sin que ello supusiera un relevo en cuanto al partido político dominante, tiene que desmarcarse de una serie de comportamientos que están siendo sentenciados en el ámbito judicial. Le toca ser una generación de ruptura, siguiendo las teorías de Ortega sobre las generaciones, pero una generación de ruptura dentro del mismo partido, lo cual no solo acarrea mucha complejidad, sino también un inevitable desgarro.
Sin duda, el momento es dificultoso y hasta dramático, pero no irresoluble.
Veremos.