Una inmensa marea violeta. La indignación contra la barbarie se deja oír y se hace ver. Las calles de nuestras ciudades se convierten en escenarios de una lucha en la que la sociedad en su conjunto se siente y se debe sentir implicada. No caben medias tintas ni paños calientes contra la violencia machista. Aquí tenemos que ser una sola voz en favor del derecho a vivir con dignidad y en libertad.
En estos momentos en los que la izquierda está más desnortada que nunca, el feminismo representa el principal baluarte contra todo aquello que se desliza hacia la desigualdad. Así, lo manifiesta y argumenta con brillantez y precisión el profesor Enrique del Teso en su reciente libro ‘Más que palabras’.
Lo que me pregunto tras el 25-N es qué puede estar fallando para que esa lacra de la violencia machista, que se sigue cobrando víctimas, no se acabe de una vez. Lo que me pregunto es que cómo es posible que, incluso en el mundo adolescente existan mentalidades y comportamientos machistas. Por favor, no se me entienda mal. No planteo que se trata de algo muy extendido y generalizado. Por fortuna, no es así. Pero, desde luego, los datos demuestran que esa lacra nos habita.
Ante un alarde mediático que, como no podría ser de otra manera, es prácticamente unánime y clamoroso frente a la violencia machista. Ante una educación pública que, a pesar de los medios limitados con los que cuenta, tiene un compromiso inequívoco por la igualdad y en contra de los comportamientos machistas. Ante un convencimiento generalizado de la ciudadanía contra la barbarie de muertes que produce la violencia machista. Ante todo esto y otros frentes que se podían añadir, ¿qué es lo que puede estar fallando para que no se erradique esta patología social, esta bicha violenta y asesina, este horror del que informa la prensa continuamente?
Hay que estar al lado de las víctimas, frente a los verdugos. El buenismo con los verdugos y asesinos ni es justo ni es eficaz. El Estado, al que, desde ciertos discursos, se pretende minimizar, tiene que comprometerse a fondo en la lucha contra la violencia machista. Ante la barbarie, no hay ni debe haber matices. Sin el feminismo, esta lucha sería inútil.
Se debe tener claro que la educación es una de las grandes herramientas contra esto, no sólo mediante la implantación de materias con contenido humanístico, sino también a la hora de cortar de raíz comportamientos que discriminen a las personas por razón de su sexo. Y, en este sentido, hay mucho camino por delante en lo que se refiere a reformas educativas que se tomen esto en serio y en lo tocante a los recursos –siempre escasos– con los que cuentan los centros de enseñanza. No me cabe duda de que la batalla se ganará. Una batalla muy difícil porque no sólo se libra en las calles y en los espacios públicos, sino también intramuros, donde suelen llevarse a cabo los crímenes.
Educación y justicia contra la barbarie. Está claro que queda mucho por hacer en estos dos ámbitos, contra esas malas bestias que matan y que dejan dolor, horror y orfandad.