Su destitución como portavoz del PP en el Congreso de los Diputados no se produjo a resultas de marcadas diferencias ideológicas con la cúpula del Partido, no fue una cuestión de que doña Cayetana representase una sensibilidad diferente y heterodoxa. Nada de eso: la explicación es mucho más simple, incluso más prosaica: la señora Álvarez de Toledo tenía y tiene criterio propio, que, en lo fundamental, coincide con don Pablo Casado, pero, seguramente, le faltó la sumisión necesaria para mantener la confianza de su jefe y, por tanto, el puesto.
No deja de ser paradójico que los partidos políticos, teóricos canales que encauzan la democracia representativa, internamente no suelen conducirse democráticamente. Lo que funciona es el ‘ordeno y mando’ de sus dirigentes y, en este sentido, se pueden encontrar ejemplos en todas las ideologías, muy recientes, además, en España y en Asturias.
Doña Cayetana Álvarez de Toledo, que dio a degüello a los nacionalistas catalanes, al actual Gobierno de coalición y al feminismo, ya no será frecuente verla en la Tribuna del Congreso con sus vibrantes y, a menudo, reaccionarias intervenciones.
Pero, insisto, no es que don Pablo Casado se haya moderado y se haya modulado en busca de un centro político en el que, estoy convencido, nunca creyó. Es que esto funciona de otra forma: sin lealtades inquebrantables, sin tener la prudencia de consultar con la autoridad del partido las declaraciones que toca hacer, sin evitar cometer la impudicia de sobresalir más que el mandamás de turno, no hay manera de permanecer en los puestos más decisivos de un partido político.
Dudo mucho que doña Cayetana se conforme con guardar silencio a partir de ahora. Veremos cómo se sigue pronunciando acerca de la actualidad, cómo y a través de qué medios.