Ya se hablaba intramuros de la campaña antiespañola en el extranjero
Tras la sentencia, voces conocidas de radio y TV alabando la generosidad del dictador
Diciembre de 1970. Me faltaban tan sólo un par de meses para cumplir 14 años. Clima enrarecido en aquellas vacaciones navideñas. Lo cursi y lo ñoño tendrían que esperar. El mundo libre, especialmente Europa, estaba muy pendiente de lo que podía suceder en España, concretamente en Burgos, donde se celebraba un consejo de guerra en el que el escalofriante aliento de la pena de muerte se percibía en el aire que se respiraba, en el que el atropello a los derechos humanos formaba parte del guion.
Nombres propios que, para mí, apenas tenían rostro. Un policía llamado Melitón Manzanas, que, oficialmente hablando, era la primera víctima, así como el cónsul de Alemania secuestrado por esa misma banda. Los telediarios de la noche dedicaban mucho tiempo a aquel consejo de guerra. Ya se hablaba intramuros de la campaña antiespañola en el extranjero. Seguíamos siendo, en el discurso oficial, la reserva espiritual de occidente y, sobre todo, el objetivo a batir por parte de la masonería y el comunismo, pero la divinidad estaba de nuestro lado.
Dos Españas muy distintas y muy distantes, según escuchásemos emisoras de radio españolas o extranjeras. Incluso desde aquel Moscú, donde había ido a parar parte importante de nuestro oro, se emitía un informativo que se podía escuchar en España, aunque, sin duda, lo más escuchado radiofónicamente hablando era Radio París.
El Proceso de Burgos dio comienzo el 3 de diciembre y su sentencia, lo que no deja de ser paradójico, se dio a conocer el 28 de aquel mismo mes.
El dictador ya estaba afectado por el parkinson; la decrepitud del régimen era innegable, incluso en sus signos externos, pero nada de eso impidió que se viviesen aquellos días con angustia.
Nuestra generación, que acababa de abandonar esa etapa de la vida en la que estamos y nos sentimos protegidos, buscaba explicación a lo que estaba ocurriendo escuchando a nuestros hermanos mayores que, en su mayoría, se declaraban ‘sesentayochistas’, si bien es cierto que aquello tenía más de pose que de realidad.
Y, por otro lado, no era fácil encontrar publicaciones que hablasen con claridad de aquello. Por supuesto, no sólo estaba ahí la censura, de la que nos librábamos con libros editados en Francia en su mayor parte. El problema radicaba más bien en que la bibliografía que se ocupaba del nacionalismo vasco era muy escasa y, en muchos casos, no guardaba ni podía guardar la suficiente distancia en el tiempo como para poder contribuir a que hiciésemos análisis mínimamente reposados.
Lo dicho: diciembre de 1970. Un policía que, según el relato del entorno de quienes estaban siendo juzgados, era un torturador. Un cónsul que era una víctima a la que habían secuestrado por su cargo.
Tras la sentencia, el discurso de Franco, con sus indultos. Tras la sentencia, voces conocidas de la radio y de la televisión alabando la generosidad del dictador, todo ello en las emisoras de radio temerosas de Dios y del régimen.
Nunca olvidaré aquellas peroratas que escuchamos durante la cena. Algo nos llevaba a pensar que los conflictos irían a más, que la decadencia del régimen le llevaría a repetir aún más su conocido discurso de campañas contra nuestro país.
Oviedo, diciembre de 1970. Frías navidades, con jornadas luminosas, pero engañosas debido a lo raquítico del sol de enero.
Frío, sí, mucho, frío. No solo en nuestra tierra, sino también en la ciudad donde se celebró el consejo de guerra, que había sido escenario de la proclamación de Franco como jefe de Estado en plena guerra civil. La ciudad donde se encumbró al dictador, también la ciudad que es referencia obligada para explicar el proceso de decadencia de una tiranía que duró décadas.
¡Qué frío y qué descorazonador aquel día! ¡Qué escasa, por no decir nula, capacidad de anticipación tenía aquella izquierda que se imaginaba una democracia mucho más idílica de lo que llegaría después!