«Los ideales son las cosas según estimamos que debieran ser. Los arquetipos son las cosas según su ineluctable realidad» (Ortega y Gasset).
¿Cuántas personas se preguntan continuamente en España si nos merecemos un presidente como Rajoy, que elude de continuo aquello que lo puede poner contra las cuerdas y que tiene un discurso que, ni siquiera cuando deja asomar algo de sorna, va más allá de los lugares comunes?
Rajoy como problema, si por tal se entiende que, dejando al margen forofismos, no es fácil, ni siquiera en el caso de quienes puedan compartir con don Mariano coincidencias ideológicas, que pueda haber muchos ciudadanos que se sientan orgullosos de pertenecer a un país que tiene como presidente a este señor, fiel a sí mismo, previsible hasta el aburrimiento, indiferente a los episodios trágicos y dramáticos que sufren tantas personas que fueron y siguen siendo víctimas de la crisis.
Tras haber declarado en un acto judicial que a veces sus palabras no significan nada, ¿qué nos cabe esperar de un país que tiene como presidente a don Mariano? ¿Hace falta recordar que la palabra es una herramienta fundamental de un dirigente político? ¿No se da cuenta el señor Rajoy de que en cualquier momento alguien le puede refutar que el propio interesado no le concede un gran valor a la palabra?
Rajoy como problema. El PSOE y Podemos acuerdan pedir una comparecencia del presidente en el Parlamento para que se explique acerca del asunto que le llevó a comparecer en la Audiencia Nacional. ¿Cabe esperar que, en el caso de que esa comparecencia se celebre, que diga algo distinto a lo manifestado en la sede judicial? Y, por otro lado, ¡qué frustrante resultaría que, en dos liturgias de la palabra, o sea, en la Audiencia Nacional y en el Parlamento, alguien que no cree que las palabras tengan un significado importante protagonizase los actos!
Ahí tienen a don Mariano, juramentado contra los intentos de que en Cataluña se celebre el famoso referéndum y alguien que está encantado de la mejoría económica que, con tantos matices, manifiestan los datos sobre el empleo y el consumo. Para todo lo demás, sobre todo si se trata de temas escabrosos, se llama a andanas.
¿No es un problema tener como presidente a alguien a quien nada parece turbarle, a quien nada lo abochorna, cuando de escándalos de corrupción se trata? ¿Cómo no recordar aquella comparecencia ante la prensa de Felipe González tras la fuga de Roldán y el encarcelamiento de Mariano Rubio, cuando dijo sentirse abochornado y se mostraba cariacontecido de forma notoria? Desde luego, el señor González ni fue ni será nunca alguien a quien admire, lo que no impide que se trate de alguien que sabía qué actitud tomar ante determinadas situaciones. Y no hablo de sinceridad, sino de saber cuál era su papel.
Pues bien, Rajoy no llega ni a eso, ni a intentar seguir el guion. Y algo así supone que don Mariano sea, desde mi punto de vista, todo un problema para el país.