¿Cómo no recordar aquel triunfo arrollador del PSOE en Andalucía en las primeras elecciones autonómicas que tuvieron lugar en esa tierra tras el descalabro que sufrió la UCD negando a la ciudadanía andaluza un estatus dentro del Estado similar al de las llamadas comunidades históricas? En aquellas elecciones que se celebraron en mayo del 82, el partido socialista obtuvo 66 escaños de los 109 que formaban el Parlamento andaluz ¿Cómo no tener presente que aquella victoria política tan clara fue el preludio de lo que conseguiría Felipe González en toda España en octubre del 82?
Desde luego, a todos se nos pasó por la cabeza, en el momento mismo en que conocimos los resultados de las últimas elecciones andaluzas de primeros de diciembre, que se puede tratar de un punto de partida de lo que serán los próximos comicios europeos, autonómicos y municipales.
Lo curioso del caso es que el partido más votado, o sea, el PSOE, fue el gran perdedor de las últimas elecciones en Andalucía, mientras que la formación política que obtuvo menos escaños en el Parlamento andaluz, Vox, sigue eufórica desde que se conocieron los resultados.
¿Andalucía como ejemplo? La pregunta que todo el mundo se hace es si esta «nueva» formación de extrema derecha tendrá representación en los parlamentos autonómicos y en los Ayuntamientos de las grandes ciudades.
Lo curioso del caso es que, desde la desaparición parlamentaria de Fuerza Nueva, la ultraderecha en España vino siendo extraparlamentaria. Se supone que AP primero y el PP después absorbieron a todas las derechas españolas, una especie de la antigua CEDA en ese sentido.
Pero vayamos al busilis de esta cuestión. La irrupción de Vox no sólo resulta inquietante por su discurso reaccionario, sino que además desestabiliza a otros partidos, principalmente a Ciudadanos y al PP. Las declaraciones de Manuel Valls son muy claras al respecto, por mucho que, de momento, no parece haberle afectado mucho el hecho de que el partido del señor Rivera presida el Parlamento andaluz con los votos de Vox.
¿Andalucía como ejemplo? Jurar los cargos invocando a España, echar más gasolina al fuego con un discurso anticatalanista, discurso que, según parece, puede coadyuvar a la consecución de más votos en el resto del país. Arremeter contra las leyes que pretenden hacer frente a la violencia que sufren las mujeres. Discurso que, a decir verdad, resulta alarmante en la medida en que puede dar pie a aumentar la crispación y el frentismo.
¿Cómo es posible que el señor Rivera pueda presentarse como el líder de un partido constitucionalista al mismo tiempo que se negocia con una formación política cuyo discurso plantea negación de derechos, además de situarse fuera del europeísmo? ¿No resulta un tanto vergonzante la imagen tras unas cortinas, al tiempo que se afirma que no se negocia con Vox?
Vuelvo a traer a colación una cita de Azaña: «Lo más difícil de administrar es una victoria política». Y es que el indiscutible triunfo que obtuvo Ciudadanos en Cataluña, así como su innegable crecimiento en Andalucía, pueden quedarse en nada si este partido coquetea con la extrema derecha.
Y, por otro lado, como ya escribí no hace mucho, algo muy preocupante tiene que estar pasando en España para que un partido como el PP, fundado y refundado por exministros de Franco, se encuentre con un competidor político que lo pase por la derecha.