El domingo a última hora de la tarde, al consultar la edición digital de este periódico, me encontré con la noticia del fallecimiento de José Cosmen Adelaida. No me toca a mí glosar su trayectoria empresarial, ni tampoco escribir en el tono elegiaco propio de quienes formaban parte de su círculo más próximo. Lo que pretendo poner de relieve es la vieja dicotomía, tan propia del occidente asturiano, que consiste en esa asombrosa vocación de trascender que vienen manifestando muchos de los nacidos en estas comarcas, orográficamente aisladas, económicamente decrépitas, demográficamente en declive. Trascender, digo, no quedarse en el ensimismamiento, asomándose a otras historias y a otras geografías, que se encuentran más allá de las montañas que nos circundan. Bien pensado, esto de lo que estoy hablando supone un desgarro que, al mismo tiempo, tiene un enorme atractivo literario.
¿De qué desgarro estoy hablando? Fíjense en esto que les digo: las faldas de las montañas vienen a ser el asidero al que muchas aldeas se agarran como el niño que está acabando de gatear a su madre. Ese más allá que no se ve atrae la curiosidad, sin duda, pero, al mismo tiempo, produce cierta zozobra, propia de la reserva que tenemos ante lo desconocido.
Pues bien, no sin cierto temor y temblor, hay personas que dieron ese paso, empujados por la curiosidad y el afán viajero, no sólo en lo geográfico. Y tengo para mí que en la aventura empresarial de Cosmén Adelaida puede haber algo de esto.
Fíjense ustedes: la empresa que formó parte del proyecto vital de este ciudadano fue fundada en su día en Luarca y, llegado el momento, otro hijo del occidente de Asturias tomó el testigo de ese proyecto. De Luarca a Leitariegos. De la costa occidental asturiana, al occidente más tierra adentro que busca su desahogo río abajo, ríos abajo, hasta el centro mismo de esta tierra, hasta la villa avilesina, que siempre formó parte del destino del occidente astur.
En la educación sentimental de muchas generaciones de asturianos, están esos autobuses grises en el que tantos y tantos viajamos.
La vocación de una geografía, cortado el cordón umbilical con un ensimismamiento del que nunca llegamos a desprendernos del todo, porque quedan los ayes, porque nunca enmudece la llamada del valle y la montaña, del marco y el cuadro de unos paraísos perdidos geográficamente y hallados en el hondón de quienes nos sentimos parte del occidente de Asturias. Vocación viajera que lleva en la retina el punto de partida del que nunca marchamos del todo porque viaja con nosotros y nos hace volver.
La vocación de una geografía que impulsa a sus hijos a un viaje que siempre tiene billete de vuelta y que, al mismo tiempo, no renuncia a ir de asombro en asombro avistando esos mundos que también nos habitan.
Acaso no sea descabellado pensar que el proyecto empresarial de Cosmén Adelaida representase también la metáfora visible de la vocación de una geografía, la que late en el occidente de Asturias. Vocación viajera que sigue el curso de regueros y ríos, que, sorteando obstáculos continuamente, se hacen camino hacia el mar.