Tras las elecciones anticipadas de marzo de 2012, Javier Fernández llegó como el pacificador de la política asturiana. Como contrapunto a su antecesor, que no había logrado alcanzar acuerdos con ninguna fuerza política, el actual presidente se estrenó con el respaldo de IU y UPy D que no sólo le dieron la mayoría absoluta, sino que además refrendaron los presupuestos del año siguiente. Cierto es que aquello duró muy poco, pues los presupuestos de 2014 no fueron aprobados por mayoría. Cierto es que, de aquí a las elecciones autonómicas de 2015, va en el guion que sus anteriores apoyos se distancien cada vez más.
Pacificador, se dijo. Hombre de discurso profundo, manifiestan sus hagiógrafos y aduladores. Político triste, rezan los tópicos. Sin embargo, no acierto a entender, en lo que a las etiquetas se refiere, que se haya hablado tan poco de que Javier Fernández representa, sobre todo, la vieja política, aunque, por supuesto, no en exclusiva.
La vieja política de un PSOE que aceptó desde González ser un partido dinástico y turnista, como se decía en la Primera Restauración borbónica. La vieja política de un PSOE que también renunció al marxismo antes de que González presidiese su primer Gobierno. La vieja política, en el caso de Asturias, ligada al sindicato minero que durante tantos años lideró Fernández Villa. La vieja política de la que es acaso la federación más centralista del socialismo español.
¿Cómo no recordar aquel momento en el que Javier Fernández venció al candidato arecista, Álvaro Álvarez, y se convirtió en el principal dirigente de una FSA que logró una cierta pacificación entre los fieles a Villa y el arecismo? ¿Cómo no recordar lo que vino después hasta que Areces quedó desbancado para repetir como candidato, con el ulterior episodio del estallido del ‘caso Renedo’?
En 2012, como dije más arriba, llegó Javier Fernández el pacificador. No sólo consiguió los pactos ya nombrados, sino que, además, con Rubalcaba al frente del PSOE, gozaba del apoyo de la cúspide del partido en Madrid. Lo malo fue lo efímero de todo aquello. En poco tiempo, se terminaron los pactos en Asturias, y Rubalcaba acabó dimitiendo tras el más que rotundo fracaso de las europeas.
Es, a partir de entonces, cuando se queda más al descubierto que Javier Fernández representa la vieja política, con menos peso en la Ejecutiva nacional y con un discurso cada vez más atrincherado. Sin ir más lejos, en el momento en que se postuló como candidato del PSOE a las próximas elecciones autonómicas en Asturias, incurre en la contradicción que supone apostar por combatir la desigualdad al mismo tiempo que ni se plantea tomar medida alguna que ponga freno a los privilegios de la mal llamada clase política. Y todo lo que se sale de su guion, o bien lo tilda de irrealizable, o bien lo descalifica como demagógico.
Por otro lado, sigue llamando mucho la atención que, se trate de lo que se trate, saque continuamente a relucir su obsesión contra el nacionalismo catalán. Por supuesto, no tiene por qué estar de acuerdo con la deriva secesionista; pero se entiende mal que tenga como principal parte de su discurso tal fijación por encima de los problemas existentes en la Asturias que don Javier gobierna.
Vieja política la de Javier Fernández con respecto a las agrupaciones municipales más anquilosadas y caciquiles en las que, como principal dirigente de su partido en esta tierra, apenas interviene. Vieja política la de Javier Fernández demostrando muy poca sensibilidad con agresiones medioambientales que son objeto de sanción por instituciones oficiales de ámbito estatal y que su Gobierno no está dispuesto a combatir.
Vieja política de la que no parece apearse, persuadido quizá de que en Asturias las cosas se mueven muy poco. Vieja política que tiene como principal resultado el aislamiento de una Asturias a la que su partido gobernó desde 1983 a esta parte, exceptuando la legislatura de Marqués y el brevísimo periodo de Cascos.
Me gustaría que sus corifeos mediáticos le hiciesen ver, aunque fuese velada y cariñosamente, la contradicción que supone el hecho de que un partido que se concibió en su momento con inequívoca vocación de modernidad se haya convertido en las últimas décadas, principalmente aquí en Asturias, en un factor de aislamiento, como mínimo, preocupante.