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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

Del confesonario al diván (En el 75º aniversario de la muerte de Freud)

A veces no queda otra que rebelarse contra ese manto envolvente a menudo, asfixiante y no pocas veces apestoso que está constituido por las crónicas y cronicones de cada día. Porque es innegable que tiende a absorbernos, que nos quita perspectiva y que nos aísla. Lo cierto es que eso a lo que llamamos actualidad no se merece que dejemos pasar la ocasión de hablar, con el pretexto del 75 aniversario de su muerte, de una de las personalidades más influyentes en la cultura contemporánea. Me refiero a Freud. Y no teman. No me voy a dedicar en este artículo a hacer sesudas divagaciones sobre su obra. Se trata de algo mucho menos pretencioso, es decir, de recordar esa influencia –y omnipresencia– a la que acabo de referirme.

Fíjense: con Freud, se pasó del confesonario al diván. En el primero, se obtenía el perdón. En el segundo, se pagaba con la expectativa de que se nos comprendiese. Dicho así, para Unamuno, la diferencia no podría ser muy grande, puesto que don Miguel insistió mucho en que «comprender es perdonar». (Léase ‘Del sentimiento trágico de la vida’). Lo pecaminoso en el confesonario. Los demonios nuestros de cada día en el diván. Liturgias del yo con su solemnidad. Liturgias en las que lo secreto, incluso lo vergonzante, se vestía de largo haciéndose visible.

Sueños y pesadillas como material estético para el arte y la literatura. Lo onírico se hizo arte y encontró su cauce en la palabra. Con ese material tan freudiano, arrancó artística y literariamente el siglo XX. Sólo por eso, sin entrar en otras consideraciones, la importancia de la obra de Freud es gigantesca. Sirvió en bandeja un nuevo modo de expresarse.

Monólogos tan caóticos y discontinuos como los sueños que, al ser recordados, comparecen fragmentariamente, llenos de cabos sueltos. Monólogos, digo, o sea confesiones, otro género que adquirió una enorme importancia en el mundo contemporáneo. Rousseau, muy a su modo, lo recuperó. Amiel, al hacer de su patológica timidez obra de arte, lo elevó a vertiginosas alturas artísticas. Y mucho tienen las confesiones y los diarios íntimos de ese ritual en el que los secretos se reivindican a sí mismos y piden paso para exhibirse.

Del confesonario al diván. Ése es el paso que dio Freud. Y, desde ese diván, más cómodo que el confesonario, no menos solemne, el mundo de lo onírico salió al escenario a reivindicarse. Con independencia del mayor o menor grado de aceptación que puedan tener a día de hoy las teorías de Freud, el paso del que venimos hablando hizo que batallasen el deseo y los complejos, convirtió al erotismo en un referente obligado para entendernos a nosotros mismos, se luchó contra prejuicios y pudores, presentando al ser humano, por decirlo al modo juanramoniano, como alguien y algo deseado y deseante.

Y, en un siglo como el pasado, marcado también por las mezclas de todo tipo, mezclas a veces osadas y difíciles de encajar, la obra de Freud también sirvió para que se reivindicase que no sólo estaba pendiente la liberación de la humanidad en el rechazo a la miseria, en combatir la desigualdad y la explotación, sino que además quedaba otra liberación: la del sexo, al que el cristianismo había convertido, como en su momento advirtió Nietzsche, en una especie de lacra que nos degradaba haciendo de nosotros poco menos que seres infernales. De ahí sobrevino eso que se dio en llamar freudo-marxismo, corriente de pensamiento combatida por filosofías sistemáticas, si bien es cierto que en esa corriente hay autores y obras de enorme influencia en el pasado siglo.

Del confesonario al diván. Seguidores del psicoanálisis, algunos muy ortodoxos con respecto a Freud, están, con sus exageraciones, pero también con grandes atisbos, en nuestras lecturas de cabecera. Hace 75 años que falleció el artífice de este paso del confesonario al diván. Falleció en Londres huyendo de uno de los grandes horrores del siglo XX, huyendo del nazismo.

A día de hoy, muchos de los sueños que inventarió en sus libros, son literatura nada desdeñable. Releer la ‘Psicopatología de la vida cotidiana’ nos convence de que la obra de Freud no es ajena al mundo actual. Confrontar la ‘Psicología de las Masas’, de Freud, con ‘Masa y poder’, de Canetti, resulta tan instructivo como apasionante.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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