Boyer fue a todas luces el agente doble que encendió la mecha y dio luz verde para que el becerro de oro, apuntalado por el boom de mitad de los 80, entrara en España, en las apetencias de las elites y las clases dirigentes españolas» (Juancho Armas Marcelo).
Si bien es cierto que en la mayor parte de las necrológicas se incurre en lo hagiográfico, no tiene por qué ser así, sino que la objetividad, o, al menos, la independencia de criterio, son obligadas desde el respeto al público lector. Y, en este sentido, sin perder de vista que Boyer está estrechamente vinculado a un tiempo y un país en el que el Partido Socialista rompió con no pequeña parte de su legado histórico en lo ideológico, llama la atención que, tantos años después, tengamos que recordar que un político como Alfonso Guerra, que quiso aparentar ser la quintaesencia del socialismo más combativo, fue, en su momento, extremadamente crítico con el exministro que acaba de fallecer. Aquel Alfonso Guerra, del que Semprún hizo demoledoras críticas en su libro ‘Federico Sánchez se despide de ustedes’, y que decía situarse en las antípodas ideológicas de Boyer, no descarta a día de hoy la pertinencia de un posible pacto entre el PSOE y el PP.
Cierto e incuestionable es que Boyer representó una forma de entender el socialismo muy alejada de lo que se esperaba de este partido en 1982. No es menos cierto que aquella expropiación de Rumasa de la que fue el principal artífice derivó sin tardar mucho tiempo en una serie de acontecimientos que plantearon dudas más que razonables acerca de los criterios que para ello se siguieron cuando se reprivatizó. Y, en fin, de aquel «abrazo aristocrático» del PSOE del que en su momento habló el sindicalista Nicolás Redondo, Boyer fue acaso el principal protagonista.
Con todo ello, en un momento como éste, se diría que el exministro recién fallecido nos retrotrae a un tiempo en el que no pequeña parte de los dirigentes políticos, al margen del mayor o menor grado de acuerdo que pudiéramos tener con sus presupuestos ideológicos, tenían prestigio en su ámbito profesional y no estaban ayunos de conocimientos y brillantez. De Boyer pueden hacerse muchas críticas, alguna de ellas severas, pero es indudable su cualificación. No recalaba como consejero de una gran empresa en concepto de jubilación de oro añadida, como es el caso de González y Aznar, sino que era nombrado por su capacidad profesional. Y eso en los tiempos actuales es casi una excepción.
Por otro lado, al menos desde que fue ministro, nunca ocultó su ideología más cercana al liberalismo económico que al socialismo propiamente dicho. Así, en el libro de Tom Burns Marañón que lleva por título ‘Conversaciones sobre el socialismo’, Boyer declaró esto que sigue: «El socialismo está acabado. Tuvo su papel y ahora tiene que evolucionar hacia algo que sea más parecido, pongamos, al Partido Demócrata en Estados Unidos». Ése era su modelo para el PSOE, con la diferencia de que no lo ocultó.
Boyer representa una deriva del socialismo, así como el abrazo aristocrático. De lo que no se le puede criticar es de ocultar su ideología, ni tampoco de mediocridad y desconocimiento.