Último debate sobre el estado de la región de la legislatura, con una novedad importante: el estallido del ‘caso Villa’, estallido insoslayable. Por eso, más que un balance de Gobierno, en lo que mayor dramatismo puso Javier Fernández en sus intervenciones fue en su propuesta de un pacto contra la corrupción, que estuvo a la entrada y a la salida de esta legislatura, pues Areces se despidió del Gobierno asturiano con el ‘caso Renedo y/o Riopedre’, y Javier Fernández agotará este mandato con el escándalo de la fortuna hasta hace muy poco oculta del durante muchos años todopoderoso líder sindical. A la corrupción no sólo no se le puso término, sino que además continúa acaparando la mayor atención en nuestra vida pública, lo que resulta de todo punto frustrante.
Y, fíjense, la historia parece repetirse. El diputado de la formación magenta fue el primero en pedir una comisión parlamentaria acerca de la fortuna de Villa, del mismo modo que en 2012 planteó lo mismo con respecto al ‘caso Renedo’. Lo dicho: la corrupción en la apertura y en el cierre. Triste, muy triste. Más que debate, encrucijada. No acabamos de sacudirnos la corrupción, no logramos librarnos de ella.
Lo que ocurre es que todo lo relacionado con Fernández Villa no sólo pone en tela de juicio a su propio partido en la medida en que oficialmente se enteró por la prensa de su proceder, sino que además hace tambalearse también un periodo de tiempo mucho más largo que el que abarca la presente legislatura. Que Villa haya sido uno de los personajes públicos más influyentes durante tantos años dice poco en favor de lo que ha venido siendo la vida pública asturiana desde la Transición a esta parte. Toda una época queda enfangada. Ante ello, no hay lugar para el optimismo ni para creer que el desapego ciudadano hacia la política de los políticos puede reconducirse fácilmente.
Por otro lado, también es inevitable preguntarse por el balance que deja el mandato de Javier Fernández, poco alentador en cuanto a resultados en su lucha contra el paro y en su afán por el despegue económico y demográfico de Asturias. Cierto es que el margen de maniobra de un gobierno autonómico no es muy grande y, por tanto, no se le puede responsabilizar, ni mucho menos, en solitario de todos los males que nos aquejan. No es menos cierto que nuestro presidente no tiene grandes logros que exhibir ante la ciudadanía.
Más que debate, encrucijada de una Asturias que no puede librarse ni del mal olor de la corrupción ni de una decadencia y aislamiento más que preocupantes.
Más que debate, encrucijada, de un presidente del Principado que asegura haberse conducido en su tarea de gobierno por una lucha contra la desigualdad y por la puesta en práctica de políticas de izquierda. Lo cierto es que, más allá de las declaraciones rimbombantes, no es fácil ofrecer un listado de medidas políticas que se adecúen a esto que el presidente asegura.
Más que un debate, encrucijada, de una derecha que sigue a la greña, así como de un Gobierno que es más claramente de izquierdas en sus siglas que en sus políticas.
Más que un debate, encrucijada, al repetirse la historia de debates broncos entre Fernández y Cascos, siendo demoledor el segundo hasta el extremo de sacar de quicio a un don Javier que suele conducirse con serenidad.
Desde 2011, con el breve Gobierno de Cascos, no salimos de la encrucijada. Y, dentro de sus vidriosos sustentos, es difícil que ningún debate muestre puertas de salida, aliviaderos, desahogos.
Todo lo demás es palabrería, por mucha profundidad aparente que se les quiera dar a los discursos de una Asturias oficial que está cada vez más sumida en el marasmo sin proyectos de país.