Por mucho que la anunciada consulta soberanista vaya a ser menos aún que un sucedáneo, conviene no engañarse, entre otras cosas, porque el próximo Parlamento catalán, se adelanten o no las elecciones, va a tener una mayoría independentista más que holgada. Por tanto, principalmente Rajoy, se sentirá satisfecho en la medida que, más que resolver problemas, se conforma con aplazarlos.

Por mucho que la anunciada consulta soberanista no pueda ser tomada totalmente en serio, entre otras cosas, porque el discurso no independentista no intervino pidiendo el no, sino que se conformó con impedir un plebiscito de forma legal, el desapego de Cataluña con respecto a España no está, ni mucho menos, en una deriva decreciente, sino todo lo contrario.

La nebulosa tras el 9-N. No es fácil hacer pronósticos sobre el futuro inmediato de la relación entre Cataluña y España, sobre todo porque la dinámica de los recursos entre instituciones sólo garantiza la lentitud, no ya en resolver un problema, sino en afrontarlo.

Y, miren, no cabe otra a los unos y a los otros que negociar, lo que no significa ceder a la primera, sino buscar, como sea, soluciones. Desde el punto de vista del catalanismo menos dispuesto a que su tierra siga formando parte de España, cabría esperar –incluso exigir– que se viese una voluntad de pactar unas condiciones básicas para el referéndum, fijando un mínimo de participación electoral para considerar válidos los resultados y concretando, en su caso, por cuánto tiempo vincularía lo que se manifestase en ese referéndum. Y, por parte de las instituciones del ámbito estatal, habría que partir del convencimiento de que no se puede obligar a la fuerza a un pueblo a formar parte de un Estado al que rechaza.

Y es que, tras el 9-N, lo que tiene que abrirse es un escenario de negociación que permita dar salida a esto. Ni la ciudadanía española ni la catalana se merecen unos dirigentes incapaces, no ya de alcanzar acuerdos, sino simplemente de mostrar voluntad de entendimiento.

La nebulosa tras el 9-N. Se querrá ver o no, pero la solución del café para todos de la transición ya no sirve. Ciertamente, será muy difícil encontrar una salida digna y democrática a esto. Pero el mazazo, para Cataluña y para España, puede ser terrible.

Miren, cuando el TC se pronunció negativamente sobre el Estatuto de 2006, el mazazo sufrido en Cataluña fue, sobre todo, por el modo tan chapucero en el que se gestionó todo aquello. Don Pero Grullo nos diría que hubiera sido mucho más lógico haber reformado la Constitución para que aquel Estatuto tuviese encaje. Y me temo mucho que, tras haberse convertido el 9-N en una especie de triste sucedáneo de lo que prometía ser, esta desolación ante semejante forma de hacer las cosas irá a más.

Y, por otro lado, si este país no fue capaz de arbitrar un modelo de política territorial en el que todo el mundo pudiese sentirse más o menos cómodo, el fracaso no es pequeño. Como ya escribí varias veces, no vale ampararse en el asidero de que Cataluña no tendría sitio en la Unión Europea. Lo menos que cabe esperar de un Gobierno español es que intente convencer a la ciudadanía catalana de las ventajas que conlleva la pertenencia a España. Y no valen las trincheras legales, lo único que puede servir es el convencimiento.

Tras la nebulosa del 9-N, lo deseable y lo imprescindible es la negociación. Pero, desdichadamente, lo previsible es la encrucijada política, en modo alguno beneficiosa para nadie.