Una primera parte de tanteo que tuvo para el Oviedo el peor desenlace posible: el gol de Cádiz a punto del descanso. Todo un nubarrón sobre un público entregado y dispuesto a celebrar hoy una gran fiesta. Se repitieron las imprecisiones de partidos anteriores, también, esa relajación que un día como hoy resultaba injustificable.

De todos modos, nadie tiró la tolla, menos aún la afición que vibró en el momento en que salió Cervero al campo. Y, como estaba escrito, nuestro bravo delantero se alió con el gol, en un remate impecable que arrancó el entusiasmo en el Tartiere.

Minutos antes, Sergio García mandó un balón a la madera que tendría que haber entrado. Pero quedaba poco partido tras el gol del ídolo azul. A eso hay que sumar la falta de elegancia de un Cádiz que incurrió en marrullerías impropias de un conjunto que, como el Oviedo, reclama su señorío y elegancia. Por su lado, el árbitro tendría que haber aplicado más minutos de descuento, pero se diría que estaba temeroso de que el partido se le fuese de las manos. Era previsible que intentasen perder el tiempo e iba en el guion. Pero es muy distinta cosa agredir, crear un ambiente bronco y tratar de deslucir un juego entre equipos que llevan la clase en sus respectivas historias.

Desde luego –y perdón por la obviedad- no es un buen resultado. Sin embargo, no debe cundir el derrotismo. No se vio que el Cádiz fuese superior al Oviedo, y nuestro equipo puede hacerse valer en el Ramón de Carranza.

Nos quedamos con el ceño fruncido, con el malestar por el tiempo desperdiciado, así como por el hecho de que hoy la suerte tuvo color amarillo. Pero no nos damos por vencidos. Es una cuestión de fe y concentración. Toca subir, toca salir del pozo, y los jugadores saben bien cuál es su compromiso con un oviedismo que, por fin, atisba horizontes fuera del pozo.

La épica y el heroísmo de esta afición merecen ser compensadas cuanto antes. Sin ir más lejos, el próximo domingo en el Carranza.

Gracias, Cervero. ¡Hala, Oviedo!