Por María de Álvaro:
Nunca he ido a trabajar en pijama. Y no por falta de ganas. La prenda es cómoda, rápida de colocar –sueles levantarte con ella puesta– y puede resultar hasta favorecedora. Desde luego yo me encuentro más a gusto en pijama que con algunos vaqueros y, sin duda, mejor en zapatillas que subida a unos tacones. Lo que pasa es que no es plan y no creo que sea necesario siquiera explicar por qué. Lo mismo que uno –una– no va en chándal a una boda o con lentejuelas a hacer la compra (una no va con chándal ni con lentejuelas a casi ninguna parte, pero es ese es otro tema). El caso es que todo esto se ha acabado, sí, porque acabo de enterarme de que la libertad también sirve para eso.
Resulta que los padres de un alumno del instituto de Sama han denunciado al centro porque no permite que el niño vaya a clase con gorra. Dicen, claro, que está en todo su derecho y, además, aseguran que el complemento en cuestión forma parte de la personalidad del chiquillo.
Dos anotaciones nada más:
1. Es curioso que la personalidad esté en una gorra y no en lo que hay debajo. Y no me refiero al pelo.
2. Y es más curioso todavía este abandono del tradicional ‘Algo habrás hecho’, que es lo que me respondía a mí mi madre cuando me quejaba de alguna terribilísima injusticia de la seño. A mí y a todos, claro. Ahora no. Ahora se contrata a un abogado.