Por María de Álvaro:
Romper juramentos es un gran ejercicio. Relaja mucho. Hay, claro, que tener cierto cuidado. Si uno, por ejemplo, pone a Dios por testigo que nunca más volverá a pasar hambre, pues conviene cumplirlo. Más que nada por salud. Si lo que promete es no ver nunca más un capítulo de ‘Perdidos’ porque el final de la segunda temporada le pareció una tomadura de pelo, pues tampoco pasa nada por retractarse. Cuento esto porque ayer empecé con la tercera temporada y lo cuento porque fue precisamente por eso por lo que me perdí el programazo de Eurovisión. Así que acabo de enterarme de lo de Chikilicuatre.
Y como me he enterado por internet me entero a la vez de las críticas de los críticos eurovisivos, una especie de gentes que se dicen expertas en el concurso, una especie ofendida con que el personal se haya tomado a coña el honor de España en el torneo de torneos. Y no entiendo nada. ¿Nadie vio a los ganadores del año pasado, aquella especie de Bon Jovi ochentero con disfraces del Señor de los Anillos que, según los presentadores, eran modernos modernísimos? ¿De verdad hay alguna diferencia entre el pobre Rodolfo y aquella concursante de Operación Triunfo que tenía tanta voz y se movía como un mercancías? Bueno, sí, una, que puestos a hacer el ridículo por lo menos esta vez vamos de frente. Con lo español que es eso, hombre. Y con lo que molaba la OTI.