Por María de Álvaro:
Siempre me ha gustado disfrazarme, y no necesariamente en Carnaval. Vamos que puedo tener el día tonto y plantarme un pamelón para ir de boda a los juzgados de paz de un pueblo del Pirineo oscense, un lugar en el que hacer eso es como ir en chándal a tomar el vermú. Algo impropio, vaya. He ido, y esto también es veraz (es incluso hasta verídico), con camiseta de Darth Vader al estreno de la última de Star Wars y, por supuesto, ya tengo preparados sombrero y látigo para el próximo 22 de mayo, que vuelve Indi, mi Indi anciano, pero mío a fin de cuentas. Confieso que hasta me puse un sari para ver la boda de Carlos y Camila por la tele en plan minoría-étnica-colonial. Sí, lo hice, ¿qué pasa?
Pues nada. No pasa nada, porque yo, como ser anónimo y en representación de mi misma, puedo hacer el payaso sin ofender a nadie, excepción sea hecha de mí madre, que tiene el sentido del ridículo más agudizado, pero eso ya son cosas nuestras. Otro tema es ser primera dama de Francia y plantarse a ver a la Reina de Inglaterra disfrazada de Jackie Kennedy. Eso ya es un pelín más exagerado. Y, por cierto, ¿alguien conoce al marido de Angela Merkel? Pues yo tampoco. Y seguro que es un gran tipo.
¿Ay, Dios, no estaré sufriendo un nuevo ataque de celos? Pero si yo de Sarko me había desenamorado hace tiempo…