De la última vez hace tres o cuatro años. Fue en el Jovellanos y era una austriaca. La peli, digo. La protagonista era una desempleada de algún país del Este que después de trabajar en una fábrica de destripamiento de pollos decidía meterse a puta. No me extraña. Yo hubiera hecho lo mismo. Yo y cualquiera que hubiera visto aquella fábrica. Me fui del cine. Creo que la vez anterior fue con ‘El guardaespaldas’. Aquella de Whitney Houston. Pero aquella vez la culpa fue mía. Por incauta.
Y he vuelto a caer. Y ayer me hubiera levantado de la butaca encantada si no fuese por que me calcé unos tacones tan imposibles que no me sentía capaz de abandonar la sala a oscuras. Así que esto no aspira a ser una crítica cinematográfica ni nada que se le parezca. Es sólo una advertencia: no se os ocurra ir a a ver ‘Sexo en Nueva York’. Ni siquiera a las que, como yo, sólo pretendían pasar el rato y ver unos cuantos modelazos.
La peli de Carrie Bradshaw y sus amigas es un tostón, un aburrimiento largo y pretencioso sin resquicio de la gracia superficial de la serie. Dos horas y media de tedio de las que se salvan un bolso-maleta blanco y negro, supongo que de Chanel (lo supongo porque lo tengo, pero el clon, claro), un tocado-pájaro de Vivienne Westwood, un charleston de Lavin y dos o tres chistes guarros de Samantha. Hasta los famosos ‘manolos’ azul petróleo de Mister Big son una horterada. Y la moraleja final, más. Soporífera. Están ustedes advertidas. Y advertidos, claro. Que nunca se sabe.